Cuando los niños y niñas sevillistas repitan de memoria la lista de entrenadores del Sevilla Fútbol Club que nos hicieron grandes, estará el nombre de Mendilibar. Él fue quien nos dio una de las siete estrellas que alivian nuestros sueños en las noches oscuras del fracaso. Pero, ¿solo eso? ¿Solo por eso? Ya sé que no es poco… Hace treinta años, por menos, al vasco lo hubiéramos canonizado a título de santo súbito. Cierto, pero él nos ofreció algo más. Algo que nadie esperaba, y esto es lo fascinante, algo que ni él mismo tenía.
Jacques Lacan decía que amar es dar lo que no se tiene, al igual que educar es enseñar lo que no se sabe y gobernar es ejercer el poder que no se posee. Mendilibar nos deslumbró con nuestra propia imagen frente a nuestro propio espejo. Algo que ni él mismo pudo nunca imaginar que poseía, porque poseía. La honestidad, el trabajo, el rigor y la sinceridad del euskaldun permitieron la apertura de ese “claro del bosque” en el Sevilla Fútbol Club, de resonancias heideggerianas, por donde alumbró el vacío de la identidad simbólica de un club indómito y desagradable.
Mendilibar, como en la lectura que Mircea Eliade hizo del mito de Parsifal, formuló la pregunta trascendental sobre el grial y todo en torno a la decrepitud y la lozanía, de la muerte a la vida. En esa pregunta nos hicimos el descubrimiento imposible que se nos mostró en los partidos del Sevilla Fútbol Club contra Manchester y Juventus, como un nuevo natalicio con nuestro escudo. Somos un escudo y lo demás sobra. El escudo gana partidos y títulos. Las gentes que más íntimamente nos odian, que son los que mejor nos conocen, lo presentían y por eso nos temen. Nunca se nos puede dar por muerto.
El amor, la educación o el gobierno son actos imposibles, pues anidan en su propia constitución una contradicción insalvable entre su motivación metafísica infinita y su actualidad inmediata determinada. Esta idea de Lacan, de origen hegeliano, lejos de restar, engrandece a estos actos imposibles de ese animal enfermo de logos y sentido que es el humano. Somos lo que no podemos ser. El Sevilla Fútbol Club pertenece a ese selecto club de las entidades que son lo que no pueden ser, por más campeones que seamos. De ahí viene posiblemente esta insatisfacción permanente que nos azota y sorprende, a mí el primero.
La trayectoria de Mendilibar tenía que ser trágicamente breve para que se cumpliera su generosidad inopinada y la hoja de ruta del amante que entrega lo que no atesora. Ahora llega la renacencia de Diego Alonzo, lo nuevo y desconocido. Lo prefiero. A Parsifal no le podía sustituir un Marcelino cualquiera de la vida. Me ilusiona un montón. Lo veremos ante la mafia de Madrid y los cañoneros de Arsenal. Gracias, Mendi, porque hay que ser muy generoso para dar todo lo que no tienes.