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Las lágrimas de Éver Banega

Jul y Gan quisieron apostar conmigo a que la despedida de Banega, el futbolista de mayor calidad que vio jamás Monchi con la camiseta del Sevilla Fútbol Club, no saldría en el Telediario, ese noticiero local de difusión nacional, y en esto da igual la cadena privada o pública, a la que nos refiramos.

Buscamos en internet una casa de apuestas que ofreciera esa posibilidad, pero no solo no la encontramos, sino que con lo que nos topamos fue con la noticia de la cantidad de personas que han debido ingresar en centros de toxicomanías por culpa del juego. Gente humilde que, como ocurre con cualquier droga que nos promete una vida nueva, sea la de sepultados en billetes de quinientos euros o la de alucinar en colores, es la que acaba siendo la más perjudicada por los negocios de quienes sí están de verdad en el taco.

Encendimos la tele a la hora de los deportes, porque estamos ya un poco atosigados con los atascos de la M-30, las desventuras del comisario guarrete, el coronavirus capitalino y la última memez de esa presidenta de comunidad tan central y mente tan periférica por ser borderline. Lamentablemente, nos habíamos adelantado. O bien la corresponsal en Rusia se había trabucado de nuevo o la periodista destacada en Galapagar había dado cabezazos de más asintiendo al director del programa ante la procesión perpetúa at Coleta’s House.

El caso es que todavía no habían comenzado los deportes, sección que cuentan (las lenguas antiguas) que con los cambios de la nueva temporada (cinco por partido) va a denominarse Ramos tatoo news. Todavía estaban con la pasarela de la moda que se estaba celebrando en…. ¡Exacto, allí mismito! En ese momento, un modisto mostraba sus nuevas creaciones de temporada, una apuesta, según él, muy española, lo que demostraba, según el, es un decir, creador, con unos vestidos de lunares y unos sombreros de ala ancha la mar de monos que lucían sus modelos. Tampoco quise decir nada en ese momento, pero no pude dejar de pensar en mi tierra, en cómo se deja usurpar, manipular y destrozar sus señas de identidad, entre las cuales esta sería la de menos, a pesar de su gran significado. Y también cavilé qué pensaría un espectador gallego, valenciano o aragonés acerca de lo español de la apuesta de la joven promesa de la costura.

Y de la apuesta del modisto pasamos a la nuestra. Visto lo visto, decidimos dejar a José Coronado con un palmo de narices y jugárnosla a unas birras, como toda la vida de Dios. He de reconocer que, como toda la vida de Dios también, perdí la apuesta porque, esta vez sí, las lágrimas de Éver Maximiliano al recordar al Sevilla Fútbol Club, el equipo más importante de su carrera deportiva, pudieron presenciarse en todo el país.

Nos vinimos tanto arriba que decidimos cambiar de canal para volver a presenciar el acto de despedida del Sevilla Fútbol Club en los minutos de la basura que un programa deportivo de otro canal local de ámbito nacional dedica a las noticias de provincias, sustantivo con el que nombran a las colonias periféricas de las que se nutren para seguir siendo lo que son y que, por ejemplo, los andaluces deseemos volver a ser lo que fuimos porque así no hay manera de ser nada.

Íbamos a cambiar de canal, cuando escuchamos llegar a nuestro vecino, el dueño de Hulio17, ese pobre chucho que cada día está más viejo por mucho que lo tiña su propietario. Supimos que era él porque, a pesar de que él no lo sepa ni se quiera enterar, los auriculares que utiliza en el móvil son de la época en la que Claudio Bravo estaba en los infantiles del Colo Colo y se escuchaba todo. Venía tarareando una de las canciones habituales de la pretemporada de su equipo, What a feeling (que traduzco como Vaya sentimiento, vistas las quejas de algunos lectores respecto a mi artículo anterior, en el que introduje frases en diferentes idiomas que debí haber expresado también en castellano). Chapurreaba por el pasillo del bloque la canción de Irene Cara, lo único caro, por cierto, de lo que podrá presumir, vista la tiesez presupuestaria que tiene su club, que ha decidido amarrarse el cinturón valiéndose de un buen cordón.

– Vaya con el nota este- se quejó Jul-. Pues no está como si fueran a defender el título liguero de la temporada pasada.

– A ver qué canta cuando lleguen los polvorones- dijo Gan.

Tampoco quise esta vez hacer comentario alguno. Soy consciente de que ser hincha de un equipo de fútbol no es algo elegido, que hay quienes lo hicieron por nosotros en nuestra tierna infancia a fuerza de influir nuestro poco desarrollado criterio. Sé que no hay palabras suficientes para agradecerle a mi padre que me librara de llevarme por derroteros manquepierdenses. Tengo asumido que yo, y cualquiera de nosotros, podríamos haber caído en el lado oscuro, verde oscuro más bien, y que en lugar de disfrutar de lo nuestro nos habríamos pasado la vida teorizando sobre la exclusividad de los sentimientos o fastidiados por las victorias ajenas. Así que me callé y pulsé el canal cuatrero.

Y qué casualidad, antes de las lágrimas de don Éver Maximiliano Banega Hernández en su despedida del Sevilla Fútbol Club, el programa lucía imágenes del otro equipo de la ciudad y arengaba a la afición más simpática de España para que el club hiciera una gran temporada. Y luego, al equipo de la tacita de plata. Y todo, aliñado con ocurrentes frases de sus aficionados, esos actores, ocurrentes y simpáticos que el país ha perdido para mayor gloria de la patria. Y nuevamente no pude evitar acordarme del modisto. Y del orgullo que sentí al ver llorar a un pedazo de futbolista.

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