Intranquilidad en los despachos

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A falta de lo más bonito del fútbol, que es lo que ocurre en el césped, es buen momento para fijarse en el estamento más importante que hay un club: la directiva. Como en cualquier otra institución, la cúspide organizativa de la que manan las instrucciones es el núcleo central en la toma de decisiones, de manera que todo lo que no sea una gestión eficaz en esta instancia será imposible que redunde en éxitos en la parte productiva. Evidentemente, el Sevilla Fútbol Club no es ajeno a esta máxima general, de ahí que tiemblen las carnes cuando surgen disputas accionariales como las renacidas en las últimas semanas ante la próxima celebración de la Junta General de Accionistas.

Otra máxima común a todas las facetas de la vida es que “lo que bien funciona conviene no tocarlo”, lo cual, llevado a las circunstancias actuales de nuestro club, no implica directamente un aplauso sin cuestión a la gestión que está realizando el presidente José Castro, sino más bien supone una conveniencia a la continuidad del equilibrio institucional necesario para no desestabilizar al entramado productivo del club.

El devenir del último lustro ha mostrado al sevillismo que la pieza clave del engranaje de la entidad es una persona física de nombre Ramón y apellidos Rodríguez Verdejo, nacido en San Fernando (Cádiz), y que, aparte de él, todos los demás son prescindibles, por lo que el papel de cada uno de los propietarios de acciones del club no consiste tanto en aportar y decidir como en no fastidiar lo que se construye desde la parcela que dirige el susodicho. (En este punto, conviene acordarse del buen hacer del Monchi de los despachos, José María Cruz, cuya labor como director general, aunque de menor proyección pública, es tan importante como la del León de San Fernando.)

Comprensible habría sido que todos esos que tienen más que estropear que arreglar pretendieran ajustar cuentas con Castro en aquellos años en los que se iba de gira por Europa en busca de un entrenador, para al final traer al tal Montella, o cuando humilló a la institución permitiendo que fuera rechazada por directores deportivos de medio pelo, o bien cuando su incapacidad como gestor le llevó a implorar a un gran entrenador que asumiera labores de despacho sabiendo que su ultrasevillismo le impediría rechazar tal ofrecimiento, por muy aberrante que fuera. En sólo dos años Castro acumuló tantos errores que, efectivamente, sólo podían ser restituidos por el regreso del ‘alma mater’ de nuestro Sevilla Fútbol Club.

Ahora bien, una vez superado ese bienio desastroso, no se encuentran verdaderos motivos de gestión para pretender el relevo del utrerano al frente del club, máxime cuando todos los grandes protagonistas de las juntas generales de accionistas están recibiendo las suculentas, y legítimas, remuneraciones inherentes al riesgo asumido en forma de inversión. Por ello, habríamos de buscar en otros aspectos la causa de la agresividad con que se desempeñan algunos propietarios del club contra el utrerano. En el caso de ‘los americanos’, su vocero Blázquez lo ha desvelado con claridad: Castro les engañó y semejante afrenta jamás quedará en el olvido, por lo que querrán cobrarse su cabeza incluso aunque el precio sea desestabilizar a los artífices de los éxitos deportivos.

Y en el caso de José María del Nido, la otra parte de la pinza que amenaza con atenazar al presidente actual, habría que recurrir a un experto en salud mental para desentrañar los motivos de su aventura. El máximo accionista tiene acreditado en sentencias judiciales firmes que es hábil en el desempeño de todo tipo de operaciones, de ahí que no dude en arrimarse incluso al mismísimo diablo si es preciso para conseguir su propósito, que en este caso no es otro que arrinconar a quien ha desvalorizado sus ínfulas personalistas. Tampoco en esto el caso del Sevilla Fútbol Club es distinto al de la vida misma. No es Del Nido el primero ni el último dirigente de cualquier institución que sufre lo que comúnmente conocemos como ‘un ataque de cuernos’ al comprobar que se le sube a las barbas aquel al que consideraba como un ‘títere’ que le calentaría el asiento hasta su regreso. No será Del Nido el primero ni el último que pudiendo pasar a la historia como un hombre de gloria termine arrastrado como un chiquichanca. La vida misma.

Lo peor para el sevillismo es que esta intranquilidad en los despachos que amenaza con sembrar de inquietud la parcela deportiva no se arregla con dinero, lo cual sería bastante sencillo, sino que tiene que ver con sentimientos difíciles de obviar, como lo demuestra el hecho de que este conflicto haya destrozado hasta una relación paterno-filial. El dinero a fin de cuentas no es más que dinero, pero un despecho por engaño o una egolatría herida no se curan con billetes, de ahí que los sevillistas asistamos con cierta desazón a este desencuentro entre propietarios.

Disfrutemos, pues, mientras podamos, que la vida es larga y nunca podremos evitar que el club caiga en manos del Peter Lim de turno que venga a exprimir inmisericorde a la gallina de los huevos de oro.

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