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I love football, ¿vale?

El fútbol es un deporte maravilloso. Puedo entender que a alguien no le guste, no lo entienda, pero en absoluto participo de la opinión de cierta intelectualidad autoproclamada―porque el intelectual ni se hace ni se nace, basta con creerse uno que lo es― que denuesta el fútbol por esa mirada superficial tan característica que les impide separar el rábano de las hojas.

Es un deporte colectivo, en el que el grupo prima sobre lo individual. Es solidario, precisa de preparación física, técnica, táctica y de una fortaleza psicológica esencial, porque es un juego sometido a los vaivenes impredecibles de lo que pueda pasar a lo largo de los noventa minutos que dura un partido.

Es un deporte en el que puede pasar de todo a lo largo de un partido, en el que a veces los detalles lo deciden todo, en el que cualquier equipo puede tener la esperanza de derrotar, de hacer una gesta, ante otro superior, si la solidaridad, el espíritu colectivo, el esfuerzo, la suerte, se conjuran en una noche ―porque los milagros suelen ser, por lo general, de aparición nocturna― mágica.

Su práctica encarna valores importantes para la sociedad, de ahí su éxito en el mundo entero, y de ahí también el permanente acoso que sufre por los poderes, para hacer negocio con él o para envenenarlo con la violencia. El deporte del fútbol no es violento, es el negocio creado alrededor el que la provoca.

En un deporte como tan impredecible como el fútbol cabe la posibilidad de que el Sevilla apee al Atlético de Madrid de la Copa del Rey por un global de cinco a dos y que un mes después este equipo devuelva el resultado en un solo partido, y que sean los detalles los que hagan que un equipo en sus horas más bajas, como era el Sevilla hace treinta días, le dé la vuelta a un partido con dos jugadas aisladas; o que el domingo, después de realizar una primera media hora de gran juego, acabe perdiendo por un resultado sonrojante.

El fútbol también lo juegan plantillas, veinticinco jugadores preparados para que el entrenador confíe en ellos en cualquier momento, para formar parte en algún momento del once que defiende los colores. Sin embargo, en el Sevilla, salvo lesión o debacle, once son los elegidos para jugar ochenta de los noventa minutos de cada partido, y en una temporada con tantos frentes abiertos, hacer eso puede ser un suicidio físico (Corchia, Banega, Muriel, Correa, Navas se han lesionado y los más titulares han vuelto a jugar antes de lo esperado o de lo prudente) y, sobre todo, mental. El agotamiento de los que juegan todo creo que es incluso más mental que físico, porque es difícil mantener cada tres días la intensidad psicológica necesaria para afrontar los avatares y vaivenes que propone cada partido. Al Sevilla del domingo lo hundió la cabeza. La gestión de la plantilla es negativa tanto para los titulares como para los suplentes, que saben a ciencia cierta que no van a jugar salvo desastre.

Y los partidos los juega también la afición, y gran parte de la reacción final, además de la relajación atlética, se debió a los espectadores, a los de Gol Norte; a los Biris, coño. Porque se puede perder en nuestro estadio, pero no perder la dignidad. Y Los Biris nos contagiaron ánimos para acabar, si no con la cabeza bien alta, al menos no agachada del todo.

El Sevilla de Montella ha mejorado al de Berizzo en lo físico y en lo táctico; en el carácter, también. Pero hay que encontrar más soluciones, porque las hay, y el ejemplo del cambio de Correa por Ben Yedder para jugar con dos delanteros la vislumbré como muy positiva;las ganas de Nolito aportaron mucho al equipo, además de un gol…Hay que dar descanso psicológico a los futbolistas. Lo de las alineaciones de memoria se quedaron para otros tiempos, con menos competiciones y con el objetivo de quedar a mitad de la tabla.

Amo el fútbol, aunque me haga sufrir, porque siempre me invita a la esperanza de cambiar un mal momento, y es lo que espero frente al Málaga, y sueño con convertir el teatro de los sueños en el de las pesadillas para los diablos rojos. Lo amo por su complejidad y por los valores que comporta su juego, y me gustaría que Montella tuviera en cuenta que, en lo que respecta a psicología, su equipo tiene mucho que mejorar. Y está en su mano. Relájese un poco, hombre. Confíe en lo que tiene. Mejores o peores, es lo que hay.

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