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Gambia en Ciudad Jardín

Mi infancia sevillista es una foto dedicada de Biri-Biri en el cabecero de mi cama. Para Manolo y Alfonso, Biri-Biri, rezaba aquella dedicatoria. Era una foto de estudio en blanco y negro, estoy seguro de que hecha para la ocasión por el fotógrafo del barrio, quizás fuera Pinillos el de la Gran Plaza, en la que el jugador del Sevilla FC vestía una trenca forrada de borrego claro. Tardó mucho en llegar, pero mi obstinación en pedírsela un día tras otro a mi madre al fin obtuvo su propósito. Una alegría que fue a medias, porque no pude ocultar la decepción, ajena absolutamente al futbolista, de que la dedicatoria la repartiera entre mi hermano, que no había pedido nada, y yo. Qué coraje me dio aquello.

Mi madre era la farmacéutica de Marqués de Pickman. Por aquel entonces, Montequinto apenas existiría, y desde luego no tenía nada que ver con esas urbanizaciones de lujo que ahora conforman la zona y en la que viven la mayoría de los futbolistas, alejados del contacto humano.

Marqués de Pickman era, y aún lo sigue siendo, la arteria principal de una zona de la ciudad que dividía el antiguo barrio de Nervión, el que se conformó en torno a la cárcel de Ranilla, con la Ciudad Jardín, donde residían buena parte de los futbolistas de la época, en especial los que venían de fuera. Eran otros tiempos, y aunque los jugadores cobraban bastante más que cualquier trabajador de la época, ni por asomo recibían las sumas que hoy reciben. Mi memoria de niño me lleva a recordar sufrir casi crisis nerviosas cuando alguna vez que pululaba por la farmacia, en especial en fines de semana de guardia en los que mis padres no tenían con quién dejarme, veía pasar por la calle a futbolistas como Gallego, el gran Baby Acosta o el káiser Antonio Álvarez, que todavía anda por allí, como aún hoy veo muchas mañanas poniéndose hasta las manillas de churros al gran Curro Sanjosé, el futbolista que era capaz de parar con el pecho balones lanzados a ras de césped, rodilla en tierra.

Biri-Biri, del que la leyenda cuenta que su fichaje fue un robo al enemigo en el mismo aeropuerto- algún día tendré que escribir un cuento sobre aquello- se instaló junto a su familia en un chalet de la Ciudad Jardín, y su esposa acudía con cierta frecuencia a la farmacia de mi madre a por potitos, pañales y medicinas para el niño. Que la familia del primer futbolista negro de la historia del Sevilla FC acudiera a la farmacia de mi madre, era para mí un motivo de orgullo que no me cansaba de propagar en los recreos del colegio, imagínense tener una foto que lo demostrara. Pero la tuve que compartir, un pecado mortal para cualquier niño.

Superada la decepción del primer momento, no dudé de colocar la foto en el cabecero de mi cama. Mi cama tenía un dios de ébano presidiéndola, un dios equitativo y amoroso porque también se acordaba de mi hermano. Días después, eran otros tiempos aquellos, mi madre optó por retirarla de puesto tan preeminente y la colocó a un lado, afortunadamente el mío, ya que mi hermano y yo compartíamos habitación y podía haber escogido otro lugar que, aunque hubiese sido equidistante, también lo habría considerado injusto mi mente infantil. Allí estuvo durante muchos años, y aún tengo la esperanza de volverla a encontrar en alguna caja de fotos de las que pululan por la casa materna. Durante un tiempo compartió espacio, esta que cuento centímetros más abajo, con una foto de Johan Cruyff anunciando Titanlux, por aquello de que también aparecía su firma, pero la lógica hizo que el genio holandés desapareciera pronto y volviese a acompañar en exclusiva mis plácidas e inocentes noches infantiles la foto del mejor futbolista de la historia de Gambia.

De Biri-Biri recuerdo un gol al Barcelona Atlético el año del ascenso a primera división, qué tiempos aquellos, un derechazo impecable desde la banda de preferencia al fondo de la portería de un graderío sur que apenas era una grada coronada por un amasijo de hierros oxidados, muestra inequívoca de la ruina de un club que atravesaba sus fechas más oscuras.

No se me olvida tampoco la portada de un ABC con ocasión de un Sevilla FC – Racing de Santander. Quizás el portero del equipo cántabro fuese Santamaría. En aquella foto se veía al guardameta del equipo visitante saltando en vertical en pos de la pelota frente a un Biri-Biri cuya cabeza llegaba, tan era su fortaleza atlética, a las mismas manos del portero. Los pies del sevillista se elevaban de una forma increíble sobre el césped, y quizás fuera esta la razón de que yo interpretase aquel salto como una levitación digna de Santa Teresa de Jesús y eligiera el cabecero de mi cama para colocar su foto.

Biri-Biri ha fallecido y es muy importante que los sevillistas no nos olvidemos de él, porque sería ignorar, que fuimos, que somos pueblo. Que aquellos tiempos existieron y no deberían volver. Biri-Biri nos entronca con la memoria de aquellos trabajadores de la Seville Water Company que un día fundaron nuestro club, y nos hace recordar, y reconocer, que si nuestro club es hoy de Champions, y un equipo que se pasea con orgullo por Europa, también se lo debe a gente como Biri-Biri, como Antonio Álvarez, como Curro Sanjosé y tantos otros, que construyeron, o no dejaron caer, la entidad que hoy nos llena de orgullo. Que un día Ciudad Jardín fue una provincia de Gambia y que esos humildes chalets forman parte de nuestra historia. Descanse en paz.

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