Exaustos

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Dieciocho partidos seguidos ha alcanzado el Sevilla Fútbol Club sin conocer la derrota. Hasta el pasado sábado en Los Cármenes no ha llegado la primera, y ha tenido que ser con un jugador menos, por la inocente cagada de Joan Jordán ante un árbitro que probablemente no se hubiera atrevido a hacer lo que hizo si quien lo hubiera hecho fuera un futbolista de ustedes saben qué escudos en el pecho. Elucubrar sobre lo que hubiera pasado, cuánto subjuntivo, madre de Deu, con Jordán en el terreno sirve para poco. A pesar de que mi amigo Jul opina que al menos hubiéramos conseguido un punto, para Gan, mucho más juicioso según en qué momentos, es probable que al equipo de nuestros amores le hubiera sucedido lo que al Real Madrid, vaya cagada, merengues, o al Barcelona, vaya pifia, culés. En definitiva, fue un sábado trágico para los que el año pasado escalamos a lo más alto de la tabla, para todos salvo para un Atlético de Madrid que, a la chita callando, va camino de ser el que se cuele entre los de siempre, para mayor gloria de la capital mundial del coronavirus.

Y después de tanto subjuntivo elucubrador y probabilístico y de tanto verbo haber que no hubo, al menos en esta jornada, podríamos seguir especulando acerca de las causas de la derrota. Hablar del fondo de armario en defensa estaría bien, de la falta de profundidad, de la negativa ausencia por positivo (ya se sabe a qué) de Koundé, del cansancio, del virus FIFA… Reunidos en el salón de casa todos, Jul y Gan, y yo mismo, decidimos que el artículo de esta semana se lo íbamos a dedicar al cansancio. A ese cansancio físico y mental que aplasta a los jugadores, por culpa de un calendario pensado exclusivamente para engordar las cifras de un negocio. Un bisnes que mantienen unos esclavos de oro llamados futbolistas a los que se les exige, y lo peor es que ellos aceptan, esfuerzos que consideraríamos que van más allá de toda lógica, si la única lógica aceptada por nuestra sociedad no fuera otra que la del dinero.

La lógica del dinero nos permite criticar a los futbolistas. Según parece, basta con que un ser humano lo gane bien para que sea del todo innecesario dotarle de algún derecho, mucho menos al descanso. Esto no lo ven ni siquiera los futbolistas, muchos de los cuales contribuyen a ello y engordan el discurso de sus patronos con gilipolleces ornamentales y discursivas. Como rezaba un anuncio preconstitucional del detergente Gior (por favor, úntenme la mano si todavía existen por esta publicidad gratuita): «con un poco de pasta, basta». Sí, sabemos que no es poca la pasta, para muchos ni les basta, la que ganan los futbolistas, pero… ¿y los dueños del negocio, esos que no se jubilan a los treinta y tantos sino cuando la espichan y que siempre están de un despacho para otro, de un palco para otro?

Si antes las selecciones jugaban dos partidos durante los parones ligueros, hoy son tres. Si antes había dos competiciones internacionales por selecciones, la continental y la mundial, y dos por clubes, hoy se añade una liga continental de naciones, tercera competición por selecciones, y mundial de clubes con veinticuatro equipos, que quién sabe cómo será en su segunda edición.

Y todavía queríamos ganarle al Granada. Basta, otra vez, recordar cómo salieron los jugadores de refresco, es un decir, al campo. El gas de Ocampos o el de De Jong, lo que sucedió por la banda de Acuña… Incluso la chispa desgastada de un Jesús Navas que se ha echado entre pecho y espalda doscientos cuarenta minutos más sus descuentos en apenas una semana, y lo que le queda al pobre mío por delante con er Cherzi a poco más de dos días después del Granada.

El problema puede que sea de fondo de armario si aceptamos pulpo como animal de compañía, si aceptamos que del esfuerzo de los jugadores y entrenadores no solo viven ellos, sino que también lo hacen, lo hacemos, dirigentes, representantes, periodistas (algunos realmente mal), empresas para el fomento de la ludopatía, actores venidos a menos y demás habitantes de la jungla. Pero también podríamos, deberíamos, pensar como sociedad que pagar un salario, por monstruoso y desmesurado que sea, no da derecho de pernada sobre las personas. Que un ser humano lo es independientemente de sus ganancias y que, si tan mal repartido está el dinero en el mundo no es culpa de los futbolistas sino de los que permitimos con nuestras acciones, y sobre todo nuestras omisiones y nuestros votos que la vida siga siendo como es.

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