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Estos tíos me van a matar

Que esta temporada nuestro equipo sea el mejor de la Liga —¿o hay que decir LaLiga? — fuera de casa, está muy bien. Que además sea el mejor Sevilla de la historia fuera de casa, aunque esos partidos no estén incluidos en el carné, también. Pero que nuestra escuadra va a acabar conmigo, con mi corazón taquicárdico; que ese estado de nervios, por culpa de jugar siempre a última hora, me produce un insomnio que me impide dormir como es debido, es un debe que estoy pagando. Ya no sé qué hacer, si tirarme al Valium y que sea lo que Lopetegui quiera; si pedir las mañanas de los lunes libres en el trabajo para poder dormir algo, a riesgo de que me pongan en la calle sin indemnización como es costumbre; si verme diez videos seguidos sobre los grandes éxitos del Dalai Lama antes y después de los partidos para que me suba el karma, miarma. Estoy como la cerveza esa, desesperado.

Y hecho un lío, porque para colmo he contagiado a mi perro, Coke23 les dije alguna vez que se llama. El pobre tiembla cada vez que en la pantalla aparece nuestro histórico escudo, más que un delantero cuando le marca Diego Carlos. Eso es temblar, porque es ver el anuncio de una casa de apuestas incitando a predecir si el próximo gol será con el codo o con el glúteo derecho (que Nolito falle una ocasión no es motivo de apuesta porque es fácil de adivinar) y comenzar su particular baile de San Vito. Por culpa de los nervios de Coke23 no puedo ni gritar gol, tengo que hacerlo por lo bajini porque si no, me quedo sin perro. Jesús (Navas), qué delicado me ha salido.

Imagínense cómo estaba menda el domingo en el minuto 92, con el niño Jesús y su apóstol Lucas fuera del terreno de juego; con Diego Carlos— qué bueno estás, miarma, te lo dice hasta un machote como yo— tumbado en el área pequeña, listo para hacerle un hijo a quien se acercara, pero con dificultades para finalizar (el partido). Frío tenía yo y no los que estaban en el Nuevo Zorrilla. No hay derecho a que me traten así estos futbolistas. Uno paga el carnet para ver los partidos de casa, donde, por cierto, hemos fallado más que una escopetilla de Feria, y luego paga la tele, más el extra en papel higiénico, en valeriana, en tila y en lo que sea. Y menos mal que ganamos, aunque parece que se nos han olvidado ya los partidos contra el Eibar o el Valencia. Que lo que estamos viviendo podría ser mucho mejor sin tanto control (y no me refiero a los globitos sino al manejo de los partidos).

Mucho me temo que o el Sevilla aprende a matar los partidos o acaba matándome a mí. Así que, Nolito, miarma, no más vaselinas; por favor, que De Jong baile reggaeton en los entrenamientos, porque tiene menos cintura que Pérez-Reverte ante una crítica.

Sí, es cierto que somos los mejores en campo ajeno, pero hay que reconocer que hemos salido vivos con equipos menores de la Liga — ¿o es LaLiga? —. Y, de verdad, ya no sé si alegrarme cuando nos ponemos por delante en el marcador. Sobre todo, tan pronto. Porque vaya tela lo que duran los minutos cuando se va ganando. ¿De verdad que son de sesenta segundos, que no duran más en La Liga?  ¿O es LaLiga?, Qué lío tengo, son los nervios, que todavía me duran.

En fin, equipo, que estoy encantado de que vayamos terceros, de que estemos a un punto del liderato. Estoy feliz de ver a un equipo tan sólido, pero que el que se está haciendo líquido y gaseoso por abajo es uno. Mis esfínteres no dan para más. Y, teniendo en cuenta que no llevamos ni la mitad de la Liga — ¿o es LaLiga?—, no sé cómo acabaré. Por lo pronto, he retirado mi solicitud para el programa La Báscula. Ya no me verán ustedes en Canal Sur, aunque no sé si el programa aún existe con tanto chef que pulula por las televisiones. Hace tiempo que he dejado el Lipograsil, el Aloe vera y todos los Biomananes.

Ver al Sevilla jugar fuera de casa es la mejor dieta adelgazante. Propongo que además el club nos ofrezca una buena oferta cardiológica. Que llegue a un acuerdo con alguna empresa del ramo (o de la rama aórtica, por lo menos) y que se deje de publicitar casas de apuestas que se ceban con la parte más frágil de nuestra sociedad. Que pase a ser patrocinado por la Clínica Mayo. O por la de otro mes del año, no me importa. La que sea. Nuestro corazón, el de todos los sevillistas de bien, incluso el del suegro de Jul (todavía sigue con la chavala, ese sí que está adelgazando), está en juego.

Por favor, hagan algo, que me tienen de los nervios. Y, como diría Camilo Sesto (q.e.p.d.) ya no puedo más.

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