A vueltas con el estilo

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En los últimos tiempos, se ha puesto de moda el debate acerca de los estilos de juego. Existe una corriente partidaria de un fútbol vistoso, basado normalmente en el toque continuo del balón y soporíferas posesiones, frente a un sector más pragmático que prioriza el resultado sobre todas las cosas. Confieso que me siento plenamente identificado con este segundo grupo.

El martes pasado, tuve ocasión de leer en este mismo periódico digital que en los treinta partidos oficiales que lleva disputado el Sevilla FC esta temporada, hasta en quince de ellos consiguió dejar la portería a cero. Casi nada. Jamás entenderé cómo alguien puede llegar a la conclusión de que un equipo no ha jugado bien, teniendo esos números, más allá del porcentaje de posesión que obtenga en cada partido, las ocasiones que genere o el número de toques inútiles que dé.

Creo que el patrón de juego tan definido que impuso Guardiola en aquel Barcelona inolvidable, así como Luis Aragonés y Vicente del Bosque en la Selección Española, han creado, sin quererlo, una obsesión en cierto sector de la afición que identifica jugar bien con un único estilo fuera del cual todo es vulgar y crudo resultadismo, en una especie de elitismo futbolero sin posibilidad de réplica. No salgo de mi asombro.

Personalmente, encuentro igualmente atractivas otras propuestas de juego que no impliquen un dominio tan excesivo de la pelota. Sin ir más lejos, el pasado sábado en Liga frente al Granada y en Copa del Rey ante el Levante, el Sevilla FC encontró posiblemente sus mejores minutos de la temporada basándose en una presión altísima y robando la pelota al rival cerca de su área, provocando fallos en su salida de balón. ¿Acaso esa alternativa no es válida? ¿Son necesarios 1.005 pases para desarrollar un juego bonito?

Precisamente, uno de mis goles preferidos es el de Adriano en la final de la UEFA de 2007 en Glasgow. Bastó un saque largo y decidido de Andrés Palop para que Adriano se pegara una legendaria carrera de 70 metros en el verde césped de Hampden Park y definiera con la pierna derecha ante Gorka Iraizoz. Un único pase (con la mano), sprint y gol. Maravilloso.

Por suerte para nosotros, los sevillistas, Lopetegui está dando en la tecla y está encontrando un sistema de juego para los partidos en casa (donde nos estábamos enfrentando con muchos problemas para abrir los partidos). Se basa en ahogar al rival en la primera parte y dormir el partido en la segunda mediante, ahí sí, teniendo la posesión del balón. No olvidemos que el fin último de cualquier deporte, incluido el fútbol, es ganar. Lo contrario, aunque parezca una obviedad, es perder. La nada absoluta. Decía Quique Setién, eterno abanderado de la primera corriente que cité al principio del artículo, que “no vale ganar de cualquier manera, tenemos un compromiso con el fútbol importante”.

¿Hay mayor compromiso con el fútbol que usar todas las armas a tu alcance para superar al rival, ya sea al contraataque, balón parado o provocando el error en la salida de balón, por decir algunas? ¿No hay compromiso con el fútbol en un equipo fuerte atrás y ordenado que no concede apenas ocasiones a su rival? ¿No es jugar bien un bloque compacto y solidario donde todos se ayuden, hagan las coberturas a tiempo y sepan leer el partido en cada una de sus fases?

Incluso aplicando una visión estrictamente mercantilista del fútbol, el fin último es ganar.
Ganando se suman puntos que te permiten escalar en la tabla clasificatoria y, en el mejor de los casos, poder acceder a competiciones europeas que aumenten tu presupuesto. A su vez, aumentar el presupuesto da pie, entre otras cosas, a fichar a mejores jugadores que eleven la calidad de la plantilla, lo cual repercute directamente en el desarrollo del espectáculo y, en última instancia, el disfrute del público.

No se equivoquen, no hay mayor compromiso con el fútbol que ganar. Cuestión distinta es que no sea fácil asumir la presión y la responsabilidad que ello conlleva.

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