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Estese quieto, presidente

Siete años de presidencia de Pepe Castro en el Sevilla Fútbol Club y todo son parabienes y felicitaciones a los que, cortesía obliga, hay que adherirse, entre otras razones, porque los números avalan su gestión, tanto en el área deportiva como en la económica. En este país tan proclive a subir a sus personajes a la cumbre -siempre con la aviesa intención de despeñarlos posteriormente-, se debate sobre si el utrerano es el mejor presidente de la entidad de todos los tiempos, para lo cual sería conveniente ponderar muchos condicionantes y no sólo analizar los números, puesto que las circunstancias y los momentos históricos condicionan la labor de los gestores.

Decía José María del Nido durante su presidencia y al ser preguntado por la conveniencia de que el Sevilla FC vendiera siempre a sus mejores futbolistas que “en este club no hay nadie imprescindible”. (Posteriormente, se demostró que ni él se creía esa frase ya que Del Nido piensa que él sí es irreemplazable, pero sus vanidades ahora no nos interesan.) Sin embargo, esa afirmación fue pronunciada antes de la aventura italiana de nuestro excelso director deportivo, cuyos resultados para el Sevilla Fútbol Club son conocidos por todos, aunque conviene repasarlos.

Durante las dos temporadas de Don Ramón en Roma, el Sevilla Fútbol Club tuvo cinco entrenadores y dos directores deportivos, quedó séptimo y sexto en la clasificación liguera, mantuvo una errática política de fichajes con incorporaciones de dudosa calidad como Sandro Ramírez, Arana, Guido Pizarro, Marko Rog o Sebastian Corchia y, aunque hubo méritos como un subcampeonato de Copa del Rey o nuestra única clasificación para cuartos de final de Liga de Campeones, se protagonizaron los episodios más indignos de la historia reciente de nuestro club.

Ningún sevillista que se precie puede dejar de sonrojarse al recordar cuando Pepe Castro y su entonces director deportivo Óscar Arias marcharon de gira en busca de un entrenador, una vez destituido Eduardo Berizzo, finalizando su periplo en Roma para contratar al desconocido Vincenzo Montella, técnico elegante donde los haya más preocupado de su bronceado que del juego del equipo. Sus resultados fueron tan mediocres en el Sevilla Fútbol Club como en el resto de clubes por los que pasó, dejando la gloria de eliminar al Manchester United en la Liga de Campeones y las rémoras, entre otras, de una derrota casera por 3-5 ante el eterno rival y sobre todo la bufa de un 5-0 ante el Barcelona en una final de la Copa del Rey en la que nuestro equipo ni compareció.

Después del ridículo copero, Pepe Castro protagonizaba otro esperpento al prometer drásticas decisiones que, a la postre, quedaron reducidas al anuncio de cese de Arias al finalizar la temporada y al mantenimiento de Montella, quien aún tendría el desahogo de rehuir una reunión a la que había sido convocado por el presidente con el pretexto de que se iba a su pueblo en el fin de semana de descanso que había dado a la plantilla.

Quedaba patente ya por aquellas fechas que la coherencia y claridad de ideas que había impregnado toda la gestión sevillista con la presencia de Don Ramón Rodríguez Verdejo se había marchado por los sumideros de Nervión, por lo que se hubo de recurrir al sevillismo en vena de Don Joaquín Caparrós para evitar el drama de quedar fuera de los puestos europeos. Una vez conseguido el objetivo, aún Pepe Castro habría de firmar nuevos episodios impropios de una entidad de la élite europea.

Debió el utrerano cogerle el gusto a eso de los castings y, tras el esperpento del fichaje de Montella, se decantó por ofrecer por medio mundo el puesto de director deportivo que había quedado vacante por destitución de Óscar Arias. La ignominia llegó a tal punto que Castro recibió respuesta negativa hasta de un tal Cordón, quien deambulaba entre gestiones por el fútbol chino, posteriormente marchó a Ecuador y finalmente se encuentra ejerciendo en un club inferior cuyo presupuesto no llega ni al 50% del nuestro y cuyas vitrinas no albergan ni el 10% de los trofeos que acoge el Sánchez Pizjuán. Nunca se le ha dado menos valor al puesto de director deportivo del Sevilla Fútbol Club que en aquella ocasión.

Cercado por su propia inoperancia, Pepe Castro no tuvo más opción que implorar a Don Joaquín (para el sevillismo sólo hay un Don Joaquín, y se apellida Caparrós Camino) para que ocupara un despacho para el que no estaba llamado, a sabiendas de que su sevillismo en vena le impediría dejar plantado al club de su vida. Así pues, la gestión más importante que hubo de afrontar el presidente en las temporadas 17/18 y 18/19 se saldó con el relevo de un director deportivo que se ha destapado ascendiendo al Cádiz a Primera división por alguien que ni quería ni se sentía capacitado para ocupar dicho puesto. Lo que tenía visos de finalizar en desastre quedó simplemente en una mala decisión, no por astucia del presidente, sino por la pericia del míster que cambió momentáneamente el chándal por la chaqueta.

Año y medio después de acumular despropósitos, la divina providencia se le presentó a Pepe Castro en forma de divorcio entre Don Ramón y la Roma. La vuelta del hijo pródigo obró el milagro de que la coherencia y la sensatez volvieran a impregnar los designios de la entidad a la que profesamos devoción, de manera que la gestión de la presidencia retornó al devenir del que nunca debe volver a salir mientras las áreas deportiva y económica sigan en manos de las dos grandiosas figuras que hoy las controlan. Mientras Don Ramón Rodríguez y Don José María Cruz controlen las ‘cocinas’ del Sánchez Pizjuán, estese quieto, presidente, limítese a contar trofeos y presuma de números.

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