España nos roba

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Que el Sevilla pierda en el estadio del Real Madrid, aún a consecuencia de un disparate arbitral, ni siquiera entraría en lo anecdótico, por común, si no fuera porque lo que pasa en el fútbol no es más que el reflejo de lo que sucede en tantos y tantos ámbitos de esa nación a las que unos llaman Este País y otros España. No tengo dudas de que el fútbol es el espejo de lo que sucede, y que si la cantidad de sevillistas que todavía andan cabreados con lo que sucedió el sábado reflexionaran sobre eso con mayor amplitud de miras, quizás a Andalucía le iría de otra manera y dejaría de ser el felpudo en el que unos y otros se limpian los zapatos.

Dije disparate, y lo mantengo, porque antes del VAR existían los errores humanos. En otros tiempos, tras ellos se ocultaban con impunidad, a modo de cajón de sastre, toda una serie de abusos, prevaricaciones e injusticias. Siempre, por supuesto, contra los más pequeños, porque Robin Hood solo es un personaje de ficción, y de haber existido realmente en España, jamás se hubiera comido una rosca y con seguridad habría caído antes de poder sacarle un euro a cualquier Amancio de la vida. Lo que ha conseguido este instrumento de arbitraje es dejar al desnudo las intenciones de los colegiados. Ya no hay errores humanos, solo intenciones, de impartir justicia sin que se te suelte el vientre o de mirar hacia otro lado. Y claro, a veces resulta difícil aplicar la justicia si el riesgo es ser portada del Marca al día siguiente, lo más parecido, por el momento, a una ejecución sumarial.

Ahora, el VAR, un instrumento que solo los más ingenuos pensábamos que ayudaría a restar desafueros en una competición ya de por sí contaminada y dispar, ha sido al fin domesticado para que LaLiga continúe por su senda tradicional, ese coto privado de caza que se reparten los inquilinos residentes a un lado y a otro de la A-2. La España que nos roba. Cuando vi acercarse al monitor a Martínez Munuera, en medio del griterío de la España que manda y que es capaz de cualquier cosa, cualquier cosa, con tal de seguir mandando, supe que el gol se iba a anular. Imagino el retortijón de tripas que sufriría el colegiado delante de la cámara, dudo incluso de que viera la jugada, porque la cagalera nubla la vista. Barrunto que en lugar de juzgar si el choque entre Militao y Gudelj -por cierto, qué bien enseñan a tirarse en Valdebebas, no me extraña que Neymar quisiera jugar en el Real, no le costaría nada aclimatarse- fuera falta o no, lo que hiciera el colegiado de Benidorm, colonia madrileña donde las haya, en medio del griterío fuera pensar en su familia, en su futuro, en si algún día llegaría a pitar la final de la Champions, en una Eurocopa absoluta, en si los amigos de sus hijos volverían a dirigirles la palabra, en…

No hay muchos, y menos con titulación para arbitrar un partido de fútbol de primera división, que tenga valor para anteponer la justicia al bien de los suyos, a que sus hijos vean su cara en la portada de los diarios deportivos de la España que vacía esos territorios a los que llaman patria y que en realidad no consideran más que un latifundio en propiedad del que tomar lo que necesitan, porque para eso son los dueños.

Pero, con todo, lo más importante no es que un partido de fútbol se dilucide a favor de uno u otro equipo en función de la afección estomacal del trencilla. Lo más importante es que este atraco es el reflejo de lo que pasa en un país que parece que se difumina tras la M-50. Muchas veces tengo la sensación de que los únicos restos del otrora glorioso imperio español, bajo el que jamás se ponía el sol, son los terrenos que rodeamos la corte. España parece un país que limita al norte con las colonias de Segovia y Guadalajara; al sur con Toledo, al este con Cuenca y al oeste con Ávila, todas provincias de esa España vaciada por el glotón, insaciable y bulímico imperio madrileño.

La España vaciada no se vació sola. La corte obtiene siempre todo lo mejor de sus colonias ibéricas y no permite fuentes periféricas de poder, ni siquiera en fútbol. Por eso resulta muy triste que un año en el que podemos toserle al principal equipo de la metrópoli imperial no lo podamos hacer, porque el destino de nuestro equipo la próxima temporada será sin duda ser vaciado de talento para volver a comenzar de nuevo. Como nuestras ciudades, nuestros pueblos.

Una oportunidad como la que perdimos el sábado no va a ser fácil de que se repita. Y eso que la baja de Sergio Ramos, uno de los máximos goleadores sevillistas en sus partidos contra el Real Madrid, nos perjudicaba. Pero el equipo se sobrepuso a una adversidad así y supo competir. Como dijo Monchi, alegrarnos de nuestra dignidad competitiva en el partido es de equipo pequeño. Pero es que el León de San Fernando debería reconocer que en la liga española no se puede aspirar a mucho más. No lo consentirán.

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