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El fútbol como moral

Ahora que con mucha polémica se han anunciado los premios Nobel de literatura de 2018 y 2019 resulta pertinente recordar una frase que otro escritor galardonado, Albert Camus, antiguo guardameta al que una tuberculosis alejó de la práctica del fútbol, mencionó: «Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol».

Puede que haya quien se eche las manos a la cabeza al escuchar la frase del escritor franco-argelino sobre las enseñanzas éticas del fútbol, igual que cuando De Jong se perfila para rematar, puede dudarse de que el fútbol sea la medida de todo, pero su popularidad, su relevancia como termómetro social, quizás nos haga cambiar de opinión y nos permita conocer cómo somos en cuanto sociedad.

Por ejemplo, si queremos hacer un análisis de la evolución del feminismo en España, podríamos deducir, a través del fútbol, que España es todavía un país bastante machista pero que está dando pasos muy importantes hacia la igualdad. La creciente presencia de mujeres en las gradas, la importancia cada vez mayor del fútbol femenino, nos pueden dar pistas de hacia dónde vamos en un tema tan importante y que desgraciadamente produce tantas muertes.

Si pretendemos abordar la distribución de la riqueza y las desigualdades sociales en nuestro país, observaremos en el fútbol cómo el poder y el dinero se concentra en unos pocos y al resto se les deja comer tan solo para que existan, para que compitan, en inferioridad de condiciones, por supuesto, y, economía extractiva le llaman, produzcan nuevos futbolistas para los equipos grandes. Diecisiete equipos hacen de cantera de tres, al igual que regiones como el sur de España destrozan su medio ambiente para generar productos que alimenten al resto del país.

Si en los últimos años, en especial desde que crece el independentismo en Cataluña, la concentración empresarial es abrumadora en la capital de España, hoy se sitúan cinco equipos de primera división solo en esa provincia, mientras para juntar otros cinco en la mitad sur del país hay que contabilizar hasta dieciocho provincias, contando con que Castellón forme parte del sur, que sería bastante discutible.

Las políticas liberales tienen esas cosas. Cuando se utiliza la libertad como estrategia, son los más avispados, los más capacitados los que acaban por quedarse con el chiringuito, produciendo mucha riqueza donde están los ricos y mucha pobreza donde están los pobres, y por eso tenemos una competición liguera que no sé si parece un eufemismo o directamente un chiste.

Además de ser un reflejo bastante fidedigno de la sociedad en la que se inserta, el fútbol sufre el acoso de las que podríamos llamar las fuerzas del mal. Podríamos hablar del problema de la violencia en las gradas, de los aficionados radicales y de lo algunos descerebrados son capaces de hacer bajo la coartada de defender una bandera (de fútbol y de las otras), como se puede también sostener lo mucho que se ha avanzado en erradicarla de los estadios, aunque sea a costa de costosas medidas represoras (resulta impresionante ver el despliegue de vigilantes de seguridad en cada partido). No hubiera querido citar en este momento a Fernando Pessoa, el escritor portugués, por temor a que me vuelva a criticar mi compañero de columna Eduardo Cruz Acillona, pero no tengo más remedio que hacerlo al recordar que, como él decía, la diferencia entre un ser humano culto y otro inculto, es muy superior a la que hay entre este y cualquier animal. Resulta triste admitirlo, pero la animalidad que existe en nuestra sociedad también se ha infiltrado, desde hace mucho tiempo, en los estadios y en las discusiones balompédicas. Y las medidas para combatirlas, en lugar de educativas, siempre son represoras. Es más barato a corto plazo enjaular y reprimir que educar. Y el mayor tabú de este país siempre ha sido educar a las personas, no fuera a ser que les diera por desaborregarse y por comerse a los lobos.

También hay otra fuerza del mal, las de las adicciones, esta vez en el formato limpio de casas de apuestas, que han provocado que en una sociedad tan desigual como la nuestra, con unas tasas de desempleo abrumadoras, tengamos uno de los mayores índices de ludopatía, iniciándose la patología de forma similar a otras drogas, a los catorce años aunque con el móvil de papá, para apostar si Messi marcará el primer gol antes de que se rasque las bolas por vez primera o después de que Rakitic se acabe el primer cartucho de pipas en el banquillo. Diecinueve de los veinte equipos de primera división publicitan estos negocios poco controlados que tanto daño nos están haciendo como sociedad, en especial a las capas sociales más incultas y necesitadas, como todas las drogas, no en vano es en Murcia y en Andalucía donde se han implantado más y es en los barrios más humildes, en los que el paro castiga más y la suerte se ve como única salida posible a la pobreza, donde más se juega.

Pero, a pesar de todo lo que trata de afearlo, el fútbol continúa siendo un deporte que encarna los mejores valores del ser humano, puesto que nos recuerda que el triunfo solo es colectivo, jamás individual. Que la solidaridad de unos con otros, el desarrollo al máximo de las capacidades y potencialidades de cada miembro en beneficio del grupo, que la tenacidad, el no rendirse gracias a poseer fortaleza mental además de física, yl tener objetivos comunes por encima de los individuales, son las claves y el único camino posible. Que, en definitiva, el individualismo solo produce desolación.

Ojalá que algún día sepamos aprender del fútbol como camino para alcanzar una sociedad más feliz y justa para todos. Ahora que estamos en periodo electoral, me gustaría votar a un partido cuyo programa fuera aplicar lo mejor del deporte rey en beneficio de los ciudadanos, sean del equipo que sean y lleven la camiseta que lleven.

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