El Sevilla Fútbol Club volvió a perder en el Bernabéu como casi siempre. Esta vez, los árbitros no fueron determinantes, aunque si hubiera sido por Luis Rubiales ya sabemos lo que todos ya conocíamos antes de los WhatsApp: este motrileño, como centenares de miles de andaluces, padecen el síndrome del cateto de forma severa.
¡Ojo! cateto no es aquel que ama a su tierra, sea esta la que sea, sino todo lo contrario: aquel que reniega de su tierra y copia a la metrópolis, sea esta la que fuere. Cateto es el perifóbico, una enfermedad típica de los colonizados. Luis Rubiales es un cateto de manual de uso poscolonial. No es un cateto porque ame al Granada o al Motril, sino porque los desprecia. Por eso, es tan halagador que un cateto como este nos odie. El odio de Luis Rubiales es un odio vicario. Como todo buen colonizado, ha sido educado en el autodesprecio.
El Sevilla Fútbol Club es el vivo y vecino ejemplo de que se puede ser un club andaluz y no ser subalterno del Real de Madrid, como dicen los argentinos, o del farsa. Mirad como Luis Rubiales no dice nada de los simpáticos del Palmerín. Ellos encajan perfectamente en el hueco que el imaginario centralista ha previsto para el sur. Ese humorista, que a ratos juega al futbol, y que responde al mismo nombre que el del padre de la Macarena y esposo de aquella señora a la que está dedicada la catedral de Triana; es el representante más escandaloso del estatus subalterno que no está reservado a los andaluces desde Madrid.
El antropólogo Jame C. Scott ya describió el alma de los colonizados con una precisión forense de tal forma que era capaz de detectar estrategias de resistencia -infrapolítica lo llama- incluso en el humor y la cortesía servil. Por eso, aunque este humorista no lo sepa, él también resiste, a su manera, a la metrópoli. Aquí es importe distinguir entre catetos y criaturitas, no es lo mismo, todo hay que decirlo, aunque no nos guste. No es igual el “manque pierda” que el ¡Jala Madrid! o el ¡Visca el Barza!. Los primeros, los catetos, son una estrategia de sumisión absoluta. Los segundos, las criaturitas, son de resistencia, sutil, pero resistencia.
En una aproximación sociológica al deporte andaluz que publiqué en el año 2000, estudie la implantación de peñas futbolísticas a lo largo del toda Andalucía. La inmensa mayoría eran del Madrid y del Barcelona. Solo en la provincia de Sevilla no había ninguna, todas eran del Sevilla Fútbol Club y de las criaturitas. Luis Rubiales es un hijo de esa cultural colonial de los catetos futbolísticos. No es raro que ahora esté alineado por completo con la Superliga de Florentino y contra la cuasi totalidad de clubs del futbol español.
Cuando los Biris cantan dejando caer las vocales “cateeetooo” a los aficionados del Madrid o del Barça que vienen al Pizjuán desde Córdoba, Cádiz o Huelva a apoyar al que tienen más lejos para dañar al que tienen más cerca, quieren decir esto que hemos sostenido aquí. ¿Y por qué quieren decir eso que yo digo? ¿Soy yo acaso el portavoz? ¿He hecho alguna encuesta de opinión entre ellos y ellas? Por un simple análisis pragmático del uso del término. Yo soy de los que piensa que la semántica se resuelve, y explica, en la pragmática (esta es la tesis de Wittgenstein o del reciente fallecido S. Kipke). El término no se usa contra los que vienen a apoyar a sus respectivos clubes, aunque también provengan de esos mismos territorios. Solo se usa cuando viniendo, por ejemplo, de Puerto Serrano, el municipio más pobre de España, se comparece como si fueras de la Gran Vía, una de las zonas más ricas del país. Esto es ser cateto y así creo que lo usan los Biris y lo entiendo yo.
excelente artículo
Fiel reflejo de los que se apuntan a los que ganan pero nosotros no lleva el sentimiento hacia nuestro club por eso no somos mejores sino diferente por eso hemos conseguido esas 6 y ahí está el corte.
Cateto es el que desprecia al de fuera por ser de fuera. Tan colonizado es el Hispalense como el de Gadir, ahora bien, algunos se creen más auténticos, originarios y refinados que los otros, como el autor del panfleto. Está claro que la soberbia no es patrimonio de los poderosos, más bien de los Catetos. Que un habitante de Puerto Serrano sea fanático del Madrid, del Barça o del Athletic es tan natural como que un Gijonés amara a Jordan, un romano a Indurain o un sueco a Federer. No entenderlo, ya muestra el sectarismo del autor. O más bien el catetismo.