Nada más maravilloso que una victoria de nuestro Sevilla Fútbol Club. Encadenar victorias genera dinámica positiva, da confianza, provoca que tus rivales te teman y, sobre todo, nos dibuja una sonrisa en la cara que nos hace ver la vida más bonita de lo que ya es. Sin embargo, o más bien por todo eso, las victorias deben servir también para analizar errores y carencias porque, si un Celta ramplón e insulso te hace dos goles, conviene que te lo hagas mirar.
Y lo primero que se ve, o mejor dicho, lo que no se ve es a la persona que ha sido fundamental en el éxito alcanzado la temporada pasada por nuestro equipo. Claro que acordarse del ausente es el recurso fácil para entender por qué ahora no funciona lo que antes sí funcionaba. Pero se encontrará alguna explicación más válida si se tiene en cuenta que el ausente al que añoramos no es a Reguilón sino a Banega, ese a quien se le metió entre ceja y ceja que la temporada pasada tenía que concluir alzando el segundo trofeo más importante del balompié internacional.
Con la perspectiva que da el tiempo, el análisis actual nos induce a pensar que el punto de inflexión para los éxitos de la pasada temporada estuvo en los banquillazos que decretó JLo una vez que se dio a conocer que el mago argentino declinaba la oferta de renovación y emigraba a ‘petrodolarandia’. Parece que fue ahí cuando Banega se conjuró para irse por la puerta grande; y fue ahí también cuando el equipo entendió que la vida era más fácil si el mago tenía el balón en sus pies, por lo que el recurso más sencillo para desatascar partidos y saborear las mieles de la victoria era buscarle, cederle el protagonismo y la responsabilidad, y otorgarle el liderazgo indiscutible.
Pero todo en la vida tiene un fin; y ahora nos encontramos con que el equipo debe hallar otros argumentos, otro líder en el campo, otros automatismos que no sean buscar al mago, por la sencilla razón de que el mago ya no está. Ahora llevará su tiempo encontrar no ya a otro líder sino otro patrón de juego que no sea sólo buscar a Banega, o a Jesús Navas para que cuelgue un balón al área. Se le nota mucho a nuestro Sevilla Fútbol Club que el juego de memoria que se hacía en el posconfinamiento ya no es posible y que debe buscar otros mecanismos que sean retenidos en la mente por los futbolistas.
Muy elocuente fue lo acontecido en torno al minuto 60 del partido ante el Celta por Koundé, quien al borde del área rival y sin tener un pase claro al interior, mandó el balón a la banda derecha sin mirar que Jesús Navas no había subido en esa ocasión y que quien únicamente esperaba allí era la línea de fuera de banda. Automatismos, esos resortes mentales que se crean con el tiempo y emergen en la mente del futbolista siempre que se dan las mismas circunstancias. ¿Qué pasa cuando una de esas circunstancias falla? Pues que habrá que crear otros, lo cual supone tiempo.
Bendito sea si ese tiempo transcurre entre victorias, para lo cual sería muy conveniente que apareciera el otro de los grandes ausentes de esta temporada con respecto a la anterior, aunque en este caso sea un ausente presente.
Para un argentino, compartir el mate o un asado es algo así como un compromiso de eterna hermandad que va a más allá de una simple amistad. Quizá este fuera también un detalle importante la temporada pasada para que la ‘conjura Banega’ implicara a un Lucas Ocampos que retumbaba por el campo con sus potentes galopadas. Actualmente, con quien Ocampos comparte en algunas ocasiones el mate es con Messi, y eso para un argentino es algo así como compartirlo con una divinidad. Algo de eso parece que debe andar por la cabeza de este Lucas que se parece al de la temporada pasada como un huevo a una castaña. Anda escondido entre florituras absurdas más preocupado de lo que se diga de él en las crónicas pospartido que en poner su potencia e ímpetu al servicio del conjunto.
También él tuvo un par de detalles elocuentes en el partido del sábado cuando por dos veces, y ante sendas pérdidas del balón, se desentendió de perseguir al rival esperando que otros compañeros solucionaran su error. En la primera ocasión se tiró al suelo simulando un golpe y en la segunda directamente se desentendió de la jugada emulando precisamente a ese semidios con el que ha compartido algún viaje transoceánico. Dos acciones impropias de quien debería estar más pendiente del beneficio colectivo que del individual. Quizá del mismo modo que unos cuantos banquillazos propiciaron en el pasado la ‘conjura Banega’, ahora sería conveniente que Ocampos probara el amargor de la grada, agradeciéndole siempre los servicios prestados pero recordándole que los elogios pasados no garantizan aplausos futuros.
Sea como fuere, algo hay inexcusable y es que, después del mes horribili que supuso octubre, noviembre debe finalizar con un pleno de victorias con doble objetivo: garantizar el pase a las eliminatorias de la Liga de Campeones y escalar posiciones en la tabla clasificatoria liguera hasta la zona noble donde se sientan cómodos nuestros jugadores y en la que nos sintamos tranquilos los aficionados.