Aunque la fuerza de la costumbre nos conduzca a pensar lo contrario, ganar títulos europeos no es cosa que se consiga de la noche a la mañana, sino que requiere de la confluencia de muchos factores. Las siete copas de la UEFA Europa League que ha levantado el Sevilla Fútbol Club -se dice pronto- tienen cada una de ellas un elemento destacado que predomina por encima de los otros. De ahí que hablemos de la UEFA de Palop, la de Coke, la de Banega… y en última instancia, la UEFA del sevillismo, porque no hay duda ninguna de que el título conseguido la campaña pasada fue obra de una afición que se conjuró para salvar una temporada que iba camino de ser desastrosa.
No obstante, con eso sólo ni valía. Al empeño del sevillismo había que añadir algún elemento más para campeonar en Budapest. Y ahí fue donde apareció la figura de don Ivan Rakitic, un sevillano y sevillista de adopción que nació en Suiza de padres croatas y vino de Alemania para asentarse en una ciudad que ahora es tan suya como la del más rancio ciudadano que hunda sus raíces ancestrales al borde del Guadalquivir. Ya nadie puede quitarle al señor Rakitic que es tan de los nuestros como el que más y que su vida, hasta el final de sus días y después, estará íntimamente ligada a la historia del Sevilla FC. Y no sólo por el hecho cuantitativo de ser el extranjero que más partidos ha jugado con la camiseta sevillista sino por factores cualitativos quizá más importante.
En la temporada 2019/20, otro jugador extranjero que pintó su corazón de blanco, porque en esta ciudad y de esta afición recibió más amor, respeto y cariño que de ninguna, como Ever Banega decidió que era su momento de retirarse del fútbol de primer nivel y que no había mejor manera de hacerlo que llevando a su equipo a alcanzar una gloria europea que está reservada sólo para unos pocos elegidos. Decidió el argentino que sólo le faltaba una copa de prestigio para sellar una carrera deportiva azarosa propia de un genio del balón. Dos temporadas después, otro extranjero pero en este caso ‘asevillanado’ no iba a ser menos.
Ivan Rakitic entendió desde el primer momento, quizá al ver el Ramón Sánchez-Pizjuán teñido de rojo en la magnífica noche frente al Manchester United en partido de vuelta, que era el momento de tirar del equipo para volver a tocar plata. Lo dijo en más de una ocasión: “he reunido al equipo”; y ejerció de lo que es, un capitán, un líder. Se le metió entre ceja y ceja que tenía que volver a levantarse esa copa que ya levantó años atrás con su amigo Jose (Antonio Reyes) antes de marchar a tierras barcelonesas.
Meses después de la foto de campeones en Budapest con otro amigo, don Jesús Navas, el sevillano nacido en Suiza de padres croatas va a poner punto y final a su carrera como sevillista y va a jugar sus últimos partidos en Arabia Saudí al calor de un buen puñado de millones de petrodolares tan merecidos como los títulos que consiguió con su Sevilla. En este club dejará un cachito de su alma pero, sobre todo, dejará su nombre grabado a fuego en la historia de la entidad. Cuando se lleve a cabo la construcción del nuevo estadio, si es que alguna vez se realiza en el corto plazo, y si se mantiene la acertada iniciativa de decorarlo con las imágenes de futbolistas que han sido leyenda en el club, una de las figuras tendrá que estar reservada para don Ivan Rakitic, quien algún día tendrá que recibir también su correspondiente Dorsal de Leyenda.
¿Habrá algo más legendario que ser sevillano/sevillista habiendo nacido en Rheinfelden?