Domingo de Resurrección

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Escribo esto en Domingo de Resurrección, un fin de semana más sin fútbol. Un espectáculo que añoramos pero que también será diferente cuando regrese. Acaba de decirlo nuestro Joaquín Caparrós en una entrevista, el fútbol no es lo primero, ni siquiera lo segundo, aunque muchas veces podamos encontrar en él un espejo para mirar la vida.

Por tanto, y me doy de licencia esta semana, esta vez no voy a escribir sobre nuestro amado deporte. Tenía pensado hacerlo comparando la competitividad de la liga de baloncesto norteamericana y la de fútbol en España, discutir acerca de cómo el país más liberal y capitalista del globo terráqueo entendió hace mucho tiempo que para ser más grandes en baloncesto había que dotar de equilibrio a la competición, algo impensable en un país como España y su liga de fútbol, cuyas dos Españas son exclusivamente Madrid y Barcelona, cuya grandeza se circunscribe a dos o tres clubes que expolian y exprimen a los demás para que siempre ganen ellos. Cuya adulteración de la competición refleja las desigualdades e intereses políticos del país. De ese país cuyo nombre llena la boca a quienes les arranca los dientes.

Pero escribir sobre fútbol a día de hoy me parece casi una falta de respeto ante los más de dieciséis mil fallecidos por la COVID-19 en España, más de setecientos en Andalucía, ciento diez mil en el mundo. Seres humanos que mueren y se entierran en soledad, sin nadie que los pueda acompañar, ni a ellos ni a sus familiares. Siento que es una falta de consideración aún mayor para los parias del neoliberalismo, el de la igualdad de oportunidades para todos como coartada para llevarse lo de todos sin que duela la conciencia. Un insulto a ellos cuando cada año mueren casi medio millón de personas por malaria, cuando ignoramos a tantos y tantos cadáveres que deja por el camino nuestro modo de vida en muchos países o bajo las aguas del mar, por causa de guerras, migraciones forzadas o simplemente el hambre y la sed. Así que no, no voy a hablar de fútbol. O al menos, eso creo, sino de resurrección, que para eso es el día, el tiempo litúrgico que se abre a partir de hoy.

Advierto que no creo en ninguna religión. Que para mí solo es una camiseta que separa, que nos aleja de la humanidad. Que con frecuencia causa violencia física, y otras formas menos sutiles de violencia como la del desprecio al que no forma parte del equipo. Que forma un dúo maléfico cuando se alía con el poder político o económico, que no son lo mismo, y que hace que las formas acaben por ser el fondo y las personas se vean supeditadas a los ritos. No creo que, de existir un Dios, pueda complacerle religión alguna que no sea la de buscar el bien para todos y cada uno de los seres humanos, sin más patria que el mundo, sin más pasaporte que su ser. Una religión sin Dios que dignifique y humanice, cuya prioridad sea que todos los seres humanos y la naturaleza puedan tener la oportunidad de desarrollar al máximo sus capacidades.

Dicho esto, me agradan los mitos religiosos, y los entiendo como la construcción de la sabiduría humana a lo largo de los siglos en entornos culturales diferentes. El mío es el judeocristiano. Por eso me siento más cerca de la Biblia o los Evangelios que de otros textos sagrados que no conozco. Y cuando sufro junto a todos la pandemia producida por el Coronavirus he recordado las siete plagas de Egipto, las que tuvieron que padecer los súbditos del faraón antes de que el pueblo de Israel saliera liberado en busca de la Tierra Prometida. Temo que si esta es la primera de las plagas, nos quedan aún otras seis⸺ la última, la de perder a los primogénitos⸺ antes de que nos liberemos de este modo de vida enfermizo, que tanto nos agrede como especie y como parte del planeta.

Pero también hoy, cuando escribo, es Domingo de Resurrección. Un día que nos señala que es posible superar nuestras inconsistencias y contradicciones. De liberarnos de la esclavitud, en sus muchas y variadas formas, sufridas por todos los seres humanos, cada uno a su manera, para conseguir la verdadera libertad que surge de respetar al otro; salir de la oscuridad del mundo para encontrar la luz; liberarnos de los miedos para encontrar la paz; dejar de ser muertos que respiramos para vivir en plenitud. Una plenitud que jamás es individual sino colectiva, porque somos parte de un todo.

Hoy es un día que representa la esperanza de que es posible ponernos en camino para buscar la utopía. Que la utopía existe, porque no es un destino sino un camino. Un camino que muchos no quieren que transitemos y que se recorre con un carburante de energías renovables llamado nosotros.

Hoy es un día para constatar que podemos renacer como especie, que tenemos la oportunidad de honrar a nuestros muertos evitando repetir la historia. Aunque solo fuera por respeto a ellos, deberíamos cambiar, para que su entrega no haya sido en vano, mito iniciático de la religión cristiana. Y si no lo hacemos, más pronto que tarde, nosotros y nuestros hijos acabaremos de forma inútil ocupando sus lugares camino hacia el ocaso.

Hoy, las grandes empresas comienzan a darse cuenta de que el neoliberalismo acabará con ellas misma, porque las dejará sin clientes potenciales, de que es bueno que las personas posean derechos. El mismo Bill Gates ha declarado que las pandemias nos recuerdan que ayudar a los demás, no solo es correcto sino inteligente. Se inicia un tiempo en el que es de esperar que tomemos conciencia de que hacer el bien es rentable, de que tener derechos. Lo mismo que tuvieron tan claro en la NBA para el baloncesto y que la liga española debería aprender para el fútbol.

Asistimos a un tiempo en el que los monstruos que nos acogotaban van a disolverse como un azucarillo gracias a un virus diminuto. Es tiempo de dolor y de esperanza. Resulta profético cómo en el fútbol el primero que haya entrado en crisis haya sido un club como el Barcelona. Los gigantes que creamos tienen los pies de barro. Eran grandes sus efigies, pero estaban fabricadas de arena.

Al final, algo sí que he hablado de fútbol, porque es un gran espejo en el que mirar la vida, por muy secundario que sea.

Quizás nos enfrentemos a la oportunidad de tomar un nuevo rumbo. Es posible también que olvidemos todo cuando pase y deban venir seis plagas más antes de que tomemos la decisión de iniciar el camino a la libertad. Ojalá sea más pronto que tarde. Por nosotros. Por la honra de quienes no tendrán la oportunidad de surcarlo.

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