De la misma manera que el valor se le presupone a los miembros del estamento militar, de los deportistas de élite se presupone que deben hacer gala de una serie de principios que se basan en la superación, el afán de mejorar y la competitividad. Todo ello les lleva a conformar una carrera profesional de tendencia ascendente hasta que, por mor de la edad, llega la decadencia, durante la cual dichos principios impiden, además, que la curva del descenso sea excesivamente pronunciada. Esto, que puede aplicarse al deporte en general, se plasma con más evidencia durante el periodo de fichajes en el caso del fútbol, permitiendo catalogar a los futbolistas en función de la intensidad de dichos principios. En el caso del Sevilla Fútbol Club, se están poniendo de manifiesto durante el mes de agosto, varios de ellos.
El tipo radicalmente contrario a los valores del deporte es el del futbolista conformista que se aferra como una lapa al contrato vigente y se niega a buscar una alternativa a la situación de ostracismo en la que se ve inmerso sea por la circunstancia que sea. El ejemplo más claro en el Sevilla Fútbol Club es del Papu Gómez, a quien el entrenador ha dejado meridianamente claro que no cuenta con él, pero no tiene ningún complejo en calentar banquillo, o grada, durante toda la temporada con el único objetivo de seguir percibiendo los elevados emolumentos acordados en su día. En su intención no está ni esforzarse por mejorar su rendimiento ni modificar su desempeño en el campo ni seguir las instrucciones del entrenador para ser útil al equipo, su propósito exclusivo es cumplir mínimamente sus obligaciones de entrenamiento y justificar sueldo con el mínimo esfuerzo exigible. No es el primero, ni muchísimo menos el último, que adopta esta actitud absolutamente antideportiva.
Un escalón por encima en vergüenza profesional están aquellos que, sabedores de que por las circunstancias que sea, sus características de juego no coinciden con las necesidades del equipo o con las preferencias del entrenador, adoptan una actitud favorecedora para desatascar el conflicto y favorecer una salida de la entidad, ya sea en forma de cesión o de traspaso. Desde el punto de vista de los intereses del Sevilla Fútbol Club, correspondería a este tipo el danés Delaney, cuyas cualidades sí podrían ser provechosas para el conjunto, siempre que su ficha no fuera tan gravosa para el club.
En el extremo opuesto, se encuentran aquellos que llevan a gala los valores deportivos y luchan, se esfuerzan, se involucran con el proyecto, corrigen errores e intentan agradar al jefe-entrenador para permanecer en la plantilla y disfrutar el mayor tiempo posible de la actividad con la que más disfrutan en la vida: jugar partidos de fútbol. La personificación de este tipo de jugador ha sido durante cierto tiempo Youssef En-Nsyri, quien durante la temporada pasada cerró cualquier posibilidad de marcha del Sevilla Fútbol Club y reforzó su compromiso sevillistas hasta el punto de convertirse en uno de los grandes artífices de la séptima Europa League. En esta campaña, sin embargo, está aún por ver si el argentino Federico Gattoni puede ser incluido en esta misma categoría, aunque tiene todos los condicionantes para seguir el ejemplo del marroquí y llegar a convertirse en un elemento útil para cubrir una de las necesidades primeras que tiene actualmente el equipo.
Por último, cabría señalar otra clase de futbolistas que serían los jugadores del montón. No tienen la ambición suficiente como para esforzarse en conseguir su objetivo, pero tampoco tienen la desvergüenza de vivir del cuento calentando el asiento. Su actitud más bien es la de reconocer que no están hechos para convivir en la élite y deciden bajar un escalón para sentirse útiles en otro escenario de menor exigencia. Sería el caso de Rafa Mir, quien ha estado todo el verano mostrando una actitud de total pasotismo con el proyecto del Sevilla Fútbol Club—recuérdese aquella rabona durante el stage de pretemporada en Montecastillo— mientras negociaba las condiciones de un nuevo contrato con el Valencia, que a día de hoy aún no se ha hecho efectivo. Se trata de esos futbolistas que, como el argentino Montiel, utilizan el eufemismo de “me voy a buscar minutos” cuando en realidad lo que quieren decir es “me rindo, no soy capaz de competir con otros jugadores mejores que yo”.
De su profesionalidad no se puede dudar, pero en realidad nunca dejarán de ser futbolistas del montón, pues desaprovechan la oportunidad que les da la vida para triunfar en un equipo de primerísimo nivel y en competiciones de la máxima categoría mundial. De la misma forma que Montiel admite, con su salida a Nottingham, que es incapaz de doblegar a Jesús Navas, Mir reconoce su frustración en la competencia con En-Nesyri cuando implora al Sevilla Fútbol Club que le deje partir hacia Valencia, demostrando que el ‘nunca se rinde’ no está dentro de sus valores deportivos.
Cuidado; no confundir estos casos con los canteranos, quienes, al inicio de su carrera profesional, buscan en las cesiones ir subiendo peldaños poco a poco para cubrir el hueco que hay entre un filial de cuarta división y un equipo de élite máxima. El jugador del montón muestra, por la vía de los hechos, que su carrera ya ha tocado techo, que no ha sido capaz de instalarse entre los mejores. Algunos de ellos incluso teniendo capacidad física y habilidades futbolísticas para haber triunfado.
El slogan de vender para crecer aparte que es mentira ahí las pruebas