Salgo de la Facultad. Tomo el Metro. Me bajo en Puerta Jerez. La plaza está desierta, es noche oscura, las clases los lunes terminan tarde. ¿Qué nos ha pasado? No hace ni seis meses estaba aquí celebrando la séptima y ahora todo son negros nubarrones en el horizonte sevillista. “¿Cuándo se jodió el Perú?”, la pregunta que Mario Vargas Llosa puso en boca de su alter ego ficticio en la célebre frase del comienzo de «Conversación en la Catedral», refleja la obsesión nacional con el origen de las frustraciones colectivas.
¿Cuándo se jodió el Sevilla Fútbol Club, me pregunto yo en esta tarde noche de este triste lunes? Cuando en el sevillismo se rompió la comunión y el dinero hizo olvidar el escudo y perder el sentido. Se equivocan groseramente quienes creen que el problema que nos hunde en estos momentos es la clasificación del equipo, ciertamente terrible; la cuestión es más bien al contrario: el equipo está hundido porque el club está perdido. La salida de Rakitic es un ejemplo. El croata de Pino Montano con flequillo de nazareno despeinado ha vuelto a demostrar su enorme sevillismo, sacrificando la cómoda gloria doméstica para aliviar las arcas y las fichas del club. Gestos como el de Ivan Rakitic nos hacen mantener la fe. Estamos desorientados pero no muertos. Ningún cadáver se desorienta.
El fútbol ha alcanzado la fabulosa dimensión social que tiene porque es mucho más que un deporte; es un juego que objetiva pasiones colectivas por medio de la combinación entre los riesgos inherentes a la incertidumbre lúdica y la seguridad ontológica asociada a la identidad colectiva. Sobre esto escribía Valdano la semana pasada hablando del sentido del Athletic de Bilbao para el fútbol original. El sentido es muy importante en la vida. Se puede vivir con pocas calorías pero no con poco sentido. No es un valor, es un hecho: se tiene o no se tiene. Un hecho fenomenológico que es condición de posibilidad de la orientación del sujeto en el mundo. En el psicoanálisis, el sentido es la confluencia entre el impulso libidinoso que aporta el “ello” (el instinto biológico) y la fuerza cultural del significado que instituye el “ego” por medio del lenguaje. Sentido y significado no son equivalentes. Por eso Chesterton decía que loco es aquel que solo tiene razón (significado sin sentido). El Sevilla actual no tiene ni significado porque ha perdido el sentido.
El extravío del club chorrea a jugadores y técnicos que parecen ser mucho peor de lo que realmente son. Una enorme capacidad adaptativa es parte esencial de este sentido que hemos perdido: ahora toca actuar como presa y no como depredador, como decíamos en el post anterior. Cualquier sevillista sabía que podían venir años malos, sin plata ni finales. Hemos sido entrenados en un largo adviento hasta llegar a este glorioso siglo XXI. La jodienda no nos viene de ahí. ¿Por qué estábamos inquietos y tristes en el mes de julio siete días después de abrazar la séptima pues? Estábamos en la Champions de nuevo, pero estábamos tristes después de este breve alumbramiento de alegría. ¿La causa era la salida de Monchi acaso? Aquí se han ido miles y no ha pasado nada.
La salida de Monchi fue más un síntoma que un problema real. El problema fue más el cómo salió que el hecho de su marcha. La falta de realidad y humildad con la que directiva y Monchi abordaron la ruptura fue demoledora. ¿Tiene nombres propios los responsables de este desaguisado? Sí. Trágicamente. Del Nido Benavente, Monchi y Pepe Castro. Los mismos nombres que coronan de nuestras glorias. Así de paradójica es la vida y nuestro Sevilla. Quiera Dios que la victoria no acompañe en Vallecas y esto es factible, material noble hay de sobra para tan exiguo reto, pero si no recuperamos nuestro sentido, vano será nuestro gozo. Como se dice habitualmente, pan para hoy y hambre para mañana. Los males retornarán y la desazón no nos abandonará.
Hay que volver a ser ese intruso en la fiesta de los poderosos a quien nadie ha invitado. Recuperar el pragmatismo adaptativo y la inteligente humildad que nos ha hecho ser como somos. Sin eso, estamos perdidos. Desatar de nuevo la alegría de ser sevillistas indómitos y malajes que le caen mal a casi todo el mundo futbolístico. Ese es nuestro sentido y así lo aprendí desde mi infancia mamando en la estirpe malograda de Spencer. Y la alineación que la haga Quique Sánchez Flores. Ser sevillista es confiar, está en nuestro sentido.