Coronavirus

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Hola, somos Jul y Gan de nuevo. Hoy, con nuestro transcriptor que firma los artículos, el muy figurón, queremos hacer algunas reflexiones sobre la pandemia del coronavirus que estamos sufriendo. Una calamidad que nos ha dejado sin fútbol, sí, pero también sin muchos seres queridos por todos. Algunos de vosotros podéis haber perdido familiares, amigos. Puede que incluso haya lectores que nunca más vayan a poder leer este u otro artículo de La Colina de Nervión. Otros podéis estar angustiados porque alguien muy cercano se encuentre hospitalizado, o esté como profesional en primera línea junto a los que están más en primera línea, los enfermos, en hospitales atestados, debatiéndose entre la vida o la muerte. Puede ser que la Liga se reanude en junio, o se suspenda hasta el año que viene, o el negocio del fútbol pegue el explotío que merecen algunos y se vaya a la mierda, dejando al deporte en toda su belleza. Hoy no es día de hablar de fútbol competitivo sino de cosas más importantes, como el fútbol sin adjetivos, que no es otra cosa que la vida. Y como el fútbol es la vida vamos a hablar, aunque solo sea por un día, de ella, de la vida. Pero no de tu vida, o la de cada uno de nosotros, los que vivimos en este apartamento frente a nuestro vecino bético, sino la de todos. Porque pronto llegaremos a los quince mil fallecidos en España y sentimos vergüenza de hacer bromas ante tanto sufrimiento que arrasa España.

España.

España es un país. Pero, como todo país, no es nada sin los ciudadanos que viven en el territorio. Son los ciudadanos los que conforman un país, los que evitan que sea un ente abstracto, y es buscar lo mejor para los ciudadanos el único sentido que tiene una nación, lo que justifica honrar a una bandera y a un himno. Una bandera y un himno no son más que adjetivos de un sustantivo, la nación a la que lustran, y si esta es beneficiosa o perjudicial para sus ciudadanos así lo serán sus símbolos.

Una nación es, o debería ser, como un equipo de fútbol, en el que el entrenador, al que se despide si lo hace mal y se renueva si lo hace bien, busca lo mejor de cada uno de los futbolistas, llamados ciudadanos, los coloca donde pueden dar lo mejor de ellos mismos para el grupo, o nación, para que llegue la victoria. Y la victoria, como la derrota, es de todos, por más que haya siempre quien sepa sacar tajada de la desgracia.

Un equipo puede tener a Messi, como una nación puede tener a un Amancio (Ortega). Pero si juegan solos, todo se va a la mierda por muchos goles que marquen. Es el grupo el que se debe beneficiar, todos y cada uno son importantes, y si un equipo de fútbol tiene un Messi, debe arroparlo con otros futbolistas que saquen lo mejor de ellos mismos, porque es el juego colectivo el único que puede llevar a la victoria. Las individualidades, en todo caso, pueden salvar un partido, pero jamás una liga. Y al igual que nadie hace un equipo con una estrella y diez patanes, una nación tiene sentido y ha de trabajar por sacar lo mejor de todos los ciudadanos. Y para ello, lo primero es crear un sostén férreo, sólido, desde que el poder brillar. Y sin en el fútbol el sostén es la defensa, en las naciones son los derechos de las personas los que garantizan la seguridad de los ciudadanos (del equipo): para defender nuestra salud (médicos, fisiólogos, psicólogos, preparadores…), y no haya lesiones importantes ni bajones de rendimiento; para desarrollar la educación (la cantera), y sacar lo mejor del talento de la juventud y prepararla para el futuro; para favorecer la justicia (árbitros) y que ningún poderoso obtenga el beneficio que no merece.

El virus ha matado a muchas personas. Una sería ya demasiado, porque cada vida es única e irrepetible. Si la nación hubiera estado preparada, también habría matado a bastantes, pero, con seguridad, a muchas menos, porque dejamos de ser equipo y confiamos en que las estrellas nos iban a sacar del atolladero en lugar de aprovecharse de la situación.

Estos años hemos endiosado a la economía, a un tipo de economía que no es el único posible, porque jamás estuvo al servicio de la ciudadanía sino al de los bolsillos de los más avispados. En el fútbol olvidamos la cantera (la educación) en favor de los fichajes millonarios, y la afición quedó atontada por esa falta de formación, y se dedicó a pedir esfuerzos económicos cada vez más grandes para pagar por futbolistas que lo único seguro que iban a traer sería ocupar una plaza no canterana en la plantilla. De esta forma debilitamos el ascenso de jugadores locales al primer equipo para terminar por aferrarnos a líderes y creer que ellos nos garantizarían la gloria (títulos). Y esto, en política tiene su paralelismo, no en vano es lo que han representado tantos y tantos dictadores que solo trajeron destrucción en el pasado, y que ahora hemos resucitado, sin aprender la lección, permitiendo que se instalen en nuestros parlamentos, creyendo que un individuo va a resolver lo que es responsabilidad del colectivo.

El virus, decimos, ha matado a mucha gente por la debilidad a la que hemos sometido a nuestro sistema sanitario y social, a los derechos de los ciudadanos, fin último, único sentido, de una nación. No hemos podido protegernos de la enfermedad porque nuestro sistema sanitario estaba enfermo en su estructura, por culpa de la carcoma que le ha provocado el neoliberalismo, un sistema de entender el mundo contrario a la especie humana y al planeta, que nos dejó sin respuesta al deslocalizar la fabricación del armamento necesario para defendernos. Hoy perdimos la independencia como nación porque no fabricamos lo que necesitan nuestros ciudadanos. Medicamentos, mascarillas, guantes, batas, material sanitario en general, debemos comprárselos a otros países porque nosotros no lo producimos. El pico de muertes nos ha sorprendido en pelotas. Y eso lo ha pagado, lo está pagando, y lo va a pagar, la ciudadanía, ustedes y nosotros. Los primeros, los muertos, que podrían no haber fallecido de haber tenido una nación más justa con sus ciudadanos y, en especial,  con los más vulnerables; los siguientes, los que están hospitalizados o vayan a estarlo en el futuro, los siguientes en la lista, los que no pueden protegerse nada más que con el confinamiento, los que sufren, como en toda economía de guerra, de estraperlistas que venden a precio de oro lo que necesitamos; y después, los que os habéis quedado sin trabajo, los que el negocio se os ha ido al traste (¿o se dice al carajo?)… La mortalidad de este virus se desarrolla en tres fases, y ninguno quedamos al margen.

Cada cual es muy libre de echarle la culpa de lo que sucede a quien le parezca, pero eso no será más que un desahogo que anticipe, y acelere, nuevos sufrimientos. Porque la triste realidad es que, en democracia, al igual que el gobierno se elige y es responsabilidad de todos, lo que sucede, por acción u omisión, también es responsabilidad de todos. Todos tenemos nuestra cuota, y mejor será que miremos dentro de nosotros que culpar a cualquier enemigo, real (que hay de sobras) o inventado.

La salida de la crisis no tendrá otro camino en el futuro que poner el conservadurismo o el progresismo por encima de unos derechos que ni pueden ser negociables ni deben dejar de progresar. Porque es la supervivencia de la tribu, el bienestar de la especie, indisoluble con el de la gran tribu, el planeta, el único objetivo a perseguir.

Ojalá que la especie humana entienda que su futuro es colectivo, porque si no, no lo habrá. No va a ser fácil, porque el liderazgo del mundo esté en manos de países individualistas como Alemania, cuyos mayores aportes como nación a la humanidad fueron que Europa entrara en la Edad Media al destruir el Imperio Romano, o en la Segunda Guerra Mundial, dos de las mayores catástrofes culturales y sociales de la humanidad. Soñemos, y sobre todo, luchemos con las armas que nos da la democracia, para que no estemos asistiendo a una tercera oportunidad de que eso ocurra. Porque esta vez puede acabar con el fútbol, y lo que es lo mismo, con la vida.

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