Confucio en Nervión

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El primer partido de la Liga 2016/17 se saldó para el Sevilla con una victoria sobre el Espanyol por 6-4. Dos veces estuvimos por detrás en el marcador, con el 0-1, y con un 2-3 con el que se adelantó el equipo barcelonés después de perforar dos veces seguidas nuestra meta. Gobierna el caos, tituló un conocido diario deportivo, y bien cierto que lo fue, porque la primera parte se saldó con tres goles para cada equipo, seis en cuarenta y cinco minutos, a los que siguieron cuatro más en el tiempo restante. Una locura que aquel loco que nos entrenaba, Jorge Sampaoli, no estuvo dispuesto a repetir y corrigió a partir de la jornada siguiente, por mucha fe que tuviera en su vistoso sistema. Ya lo dijo Confucio, un pensador chino que, a pesar de que su nación no vale un pimiento en esto del fútbol, dijo algo de mucha aplicación a este deporte y a nuestro equipo: “Cometer un error y no corregirlo es otro error”.

No obstante, la perseverancia tiene muy buena prensa. Beethoven― el músico, no el perro, que lo más que diría sería guau― sentenció― como Guedes el sábado― que “la marca esencial que distingue a un hombre digno de llamarse así, es la perseverancia en las situaciones adversas y difíciles”. Una frase que firmaría Berizzo a la voz de ya, aunque si únicamente debiera apostar solo por una, sin duda se apuntaría a la que pronunció el escritor irlandés Samuel Beckett: “Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”. Este pensamiento demuestra de manera fehaciente por qué la República de Irlanda no se ha comido jamás un colín en esto del balompié.

Pero todo concepto, como los países, tiene límites fronterizos muchas veces difusos y discutibles, que dependen  de dónde se ponga el énfasis. Así, la reputada perseverancia limita con la desprestigiada tozudez allí donde el pensamiento y la reflexión se realizan tocados con orejas de burro, ese animal tan perseverante, que se usan para cubrir todo vestigio de cerebro en el caso de que este aún funcione. “Necios y porfiados hacen ricos a letrados”, dice un refrán, y me temo que la insistencia de Berizzo en una idea que no cuaja le va a llevar más pronto que tarde a que su abogado tenga que pasarse por la planta noble del Sánchez Pizjuán. Winston Churchill, hijo de un país que sólo ha ganado un Mundial y gracias al mangazo que le hicieron a Alemania, afirmaba que había que ir de derrota en derrota hasta la victoria final. Pero creo que esto no se lo cree ni Michel, si es que de aquí a cuarenta y ocho horas, el tiempo que tardará en salir publicado este artículo desde que lo redacto, no ha hecho suya esa frase modificada y la ha convertido en esta otra: “De derrota en derrota hasta la cola del INEM”.

El Sevilla ahora se parece más a un queso de gruyere que a ese equipo compacto, rocoso, luchador hasta la extenuación, al que en estos años se le ha añadido una calidad, y un juego excelso en no pocas ocasiones, que explica el palmarés conseguido en estos últimos años. Y lo peor es que ese queso se ha agujereado por el peor sitio: por sus señas de identidad, las de la casta y el coraje, la del que nunca se rinde.

Recuerdo que en el estreno de la primera fase de remodelación del estadio, la frase “Nervión no regala puntos” ilustraba una de las protecciones del voladizo de Fondo, y tuvo que ser sustituida de la noche a la mañana a la vista de los primeros resultados obtenidos, y así evitar el escarnio en las redes sociales. ¿Habrá que tapar esta temporada la del “Dicen que nunca se rinde”? No quiero pensar en la de “Casta y coraje”, porque tendrían que cambiar hasta parte de los asientos, pero nada me gustaría más que evitar esas remodelaciones de remodelaciones y que los arquitectos no se distrajesen y nos colocasen cuanto antes una cubierta completa en el estadio.

He visto perder al Sevilla muchas veces. Como diría el gran escritor argentino Eduardo Sacheri, he perdido. Porque los jugadores pasan, y en este equipo mucho más, y yo me quedo. A nadie le gusta perder, pero no aceptar la derrota, reconocer que esta puede llegar en cualquier momento, sería de tontos. Pero a mí, si tengo que perder, me gusta hacerlo de otra forma, de la forma que he presenciado la derrota a lo largo de la historia, luchando cada pelota. ¿Cuántos balones de cabeza se perdieron el sábado por ni siquiera disputar el salto? ¿A qué distancia de Zaza estaba el cuerpo de Kjaer en el segundo gol? ¿Cómo se pueden ganar los balones divididos si solo metes la pierna y no utilizas el cuerpo, si eso se enseña en alevines?

Si hay verdaderos socavones en el dibujo y falta de contundencia, el resultado no puede ser otro que el que es, en especial ahora, cuando comenzamos a jugar con nuestros iguales. Si se yerra y no se corrige, quizás no estemos ante una racha sino ante un verdadero problema. Y ya lo dice otro refrán: “Prevenir es mejor que curar”. Y que no suceda que cuando se intente sanar, el único médico que pueda acudir sea el de cuidados paliativos. Y ya que está tan de moda, que los dirigentes piensen, caso de insistir en la perseverancia, si el artículo 155 de la Constitución no puede aplicarse, además de en Cataluña, en el barrio de Nervión.

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