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Coherencia o empecinamiento

El primer partido de liga de hace cuatro temporadas, con Jorge Sampaoli en el banquillo, el Sevilla venció por seis a cuatro al Español. Aquella noche, el gran entrenador argentino se dio cuenta de que la idea de juego que tenía iba a entrañar muchos riesgos para su equipo y desde entonces cambió la forma de posicionarse en el campo.

Yo sé que respecto al técnico hay detractores y admiradores, de eso no voy a discutir, que cada cual piense lo que le parezca. Lo único que voy a defender es su versatilidad para establecer modificaciones en la forma de jugar, con el objetivo de adaptarse a las características de la plantilla que tenía, y con un resultado final que llevó al Sevilla a jugar la Champions, y que no fue mejor porque el hombre perdió su calva cabeza por dar un brusco giro a su carrera, volantazo que le ha llevado a bajar un buen montón de escalones en su prestigio. Como, dicho sea de paso, le ha pasado la mayoría de los futbolistas y técnicos que voluntariamente han decidido abandonar nuestro club. La maldición de Nervión.

Resulta inevitable recordar tiempos pasados cuando algo sucede. Y, al igual que a Sampaoli, podemos traer a la memoria un ejemplo mucho más reciente, el de Pablo Machín, con el que también nos codeamos en los primeros puestos con los grandes durante un buen tramo de la temporada, llegando a ser líderes en dos ocasiones, y que al final no hace falta insistir el tiempo que duró en el banquillo ni cómo ha continuado su carrera profesional. Y todo por obcecarse en jugar de una forma que dio sus frutos un tiempo, mientras el físico que necesitó el equipo para superar las previas de la Europa League duró.

Hoy, terceros en la liga todavía, y ojalá que por mucho tiempo, Lopetegui me huele a Machín. Y me huele porque el hombre se empeña en jugar de una forma que ha resultado mientras la suerte nos ha acompañado, bastante, por cierto, en algunos partidos, y que parece que se está volviendo en nuestra contra, a modo de justicia poética, en los últimos encuentros.

El éxito del sistema de juego del Sevilla de esta temporada se basa en su extraordinaria seguridad defensiva y en aprovechar alguna de las escasas ocasiones que produce. La defensa ha funcionado hasta ahora, pero la delantera, no. Porque quien ha jugado no ha tenido acierto, podemos decir que ni siquiera ha fallado demasiados goles porque se han generado oportunidades muy escasas, y quienes tenían gol apenas han jugado. Que frente al Villarreal, con dos delanteros, se produjeran más ocasiones que cuando lo hacíamos con tres, ¿o es solo uno en realidad?, dice mucho de lo que puede estar pasando. Este año, por primera vez en tiempo, carecemos de un delantero que garantice veinte goles, algo indispensable para estar arriba. También otras veces se apostó, el año pasado sin ir más lejos, por delanteros más corpulentos. Y acabó jugando, y resolviendo la papeleta Ben Yedder.

Ni soy entrenador ni lo pretendo, pero tampoco soy ciego aunque cada vez tenga más dioptrías en los cristales de las gafas, que engordan un año tras otro. Hay algo que no funciona y no se corrige. Obcecación no es sinónimo de firmeza ni radicalismo es igual a cabezonería. Un futbolista tiene sus características, se puede adaptar a veces a varias posiciones, pero es lo que es y lo que puede dar. Pero a un entrenador se le debe pedir otra cosa, una cierta versatilidad, que lea los partidos y entienda la plantilla que tiene para sacar lo mejor de ella, y esto puede implicar algunas veces apostatar de sus creencias. O, al menos, matizarlas algo.

Da la sensación de que el vasco va a hacer de vasco y si tiene que chocarse con un muro lo hará, al igual que si corta un tronco o se echa una piedra al cuello. Lo malo de todo esto es que esa piedra lleva una soga acoplada. Y las sogas aprietan, y con piedras, tela. Si no, que se lo digan a Machín. Y me temo lo que me temo. Porque en las ruedas de prensa comienzan a escucharse excusas. Ay.

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