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Todo puede pasar

Marcos Danilo Padilha, el portero del equipo brasileño Chapecoense, de 31 años, uno de los jugadores que viajaba en el avión siniestrado, recordaba recientemente cómo ha sido el tránsito de lo más bajo hasta disputar su primer título continental: «Es posible ser campeón. Nadie creía que íbamos a llegar a la final y llegamos. Todo puede pasar”. Antes del accidente nadie en Europa conocía al “Huracán del Oeste”. Su inspiradora historia no era noticia. Mientras sucedía su hazaña, los niños y niñas en España miraban programas deportivos y veían: un rondo del Real Madrid; Cristiano sonríe. Otro rondo del Barca; Neymar le hace una zancadilla a Piqué y este lo empuja entre risas. Messi entra (o sale) en uno de sus coches acompañado de Suárez tomando mate. Simeone dice lo de “partido a partido”, los jugadores del Atlético de Madrid parecen sudar más en un entrenamiento que en un partido. Coches de alta gama entran al Real Madrid. En alguna ocasión un hincha andaluz muy gracioso dice que aunque pierda él lo pasa bien igual. Más coches. Fans que esperan una foto. Un jugador se detiene un minuto y se saca una foto. Otro rondo. Y vuelta a empezar.

Esos niños y niñas que miran la TV, creen que el fútbol es eso. Esa foto. Esas caras. Esas fortunas escondidas en paraísos fiscales. Y todo eso no es gratis, eso también lo pagamos. Con dinero y con algo más caro, la identidad. (Si recorremos cualquier ciudad del mundo vemos niños con camisetas del Madrid y el Barca. No es casual, es algo construido con los medios de comunicación). Esa prensa que llena minutos de nada, que habla de cosas que no son el fútbol, va mostrándonos una realidad que se acepta como cierta: Los equipos grandes serán los campeones, tienen presupuesto, tienen estadios, el mundo se detiene para verlos jugar.

La tragedia que causó muertes fue muy dolorosa. Al pasar de los días, el gusto amargo aumentaba al sentir que ninguno de nosotros estábamos al tanto de lo que ese equipo estaba soñando. Mientras un equipo con el que podríamos identificarnos acariciaba una copa, nosotros mirábamos al Madrid y el Barca hacer rondos y conducir coches. Entiendo que sería difícil llevar al día los campeonatos de todo el mundo, si lo grave es que ni siquiera se informa bien lo que pasa en España, pero en la educación está el único refugio que tenemos contra la violencia. Gritarle a un equipo que está con una mala racha “a segunda”, es violencia inútil, tiene una crueldad gratuita que debemos rechazar. No saber soñar también es una carencia. La falta de educación nos aleja del la grandeza, nos convence-por ejemplo- que sólo un equipo rico puede salir campeón.

Honremos a las víctimas del accidente de ese gran equipo. Busquemos historias de fútbol que valga la pena saber, que nos inspiren. Descubrirán que en muy pocas de ellas juegan los “grandes”.

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