Césped o gradas

CRÓNICAS RUSAS

Aprovecho que Jul y Gan se han ido de vacaciones a la playa y me han dejado de guardia, para escribir de lo que me parezca. Uno no tiene siempre una oportunidad, así que la intentaré aprovechar. Aquí voy.

El fútbol es un espejo de nosotros mismos. Harían bien filósofos, antropólogos y demás élites pensadoras en bajar de sus nubes y estudiar al deporte rey como vía para entender el mundo. Aquí van unos ejemplos, sin más orden que el que envían las transmisiones eléctricas de mis neuronas. Si me sale un artículo largo, prometo un Continuará:

UNO. LA GLOBALIZACIÓN

Que vivimos en un mundo interconectado nadie la duda. Al igual que yo puedo comentar en directo los avatares del Mundial con amigos que viven en Argentina o Australia, compartir memes con frecuencia sangrantes de las decepciones del campeonato, todo el orbe contempla, disfruta y aprende de las mejores selecciones y futbolistas. Ya no existen selecciones como el Zaire de Alemania 1974, El Salvador de España 1982 o la Arabia Saudí de Corea-Japón 2002. A pesar de que todavía se suceden goleadas escandalosas, como el 6-1 de Inglaterra a Panamá del domingo, o el histórico 1-7 de Alemania a Brasil hace cuatro años, cualquier selección tiene un cierto nivel futbolístico y son otros factores, como los que citaré después.

La globalización ha servido para compartir, imitar métodos de trabajo, tácticas. Quizás si en otros aspectos de la vida la globalización sirviera para esto, en lugar de generar tantas desigualdades, otro gallo nos cantaría. No tendríamos que recoger tantos cadáveres en el Mediterráneo o en los desiertos de Norteamérica ni habría necesidad de levantar muros o vallas con cuchillas para que continúe la deshumanización del ser humano cuyos profetas neonazis son Donald Trump y Matteo Salvini.

DOS. LAS DESIGUALDADES

Las desigualdades son un hecho incuestionable en el mundo, un efecto secundario gravísimo del negocio de la globalización, un hecho tan grave y que produce tal mortalidad que, si fuera un medicamento en lugar de un efecto económico, la hubieran prohibido hace muchísimo tiempo. Pero las reglas de la salud, Primum non nocere, lo primero, causar el menor daño posible, no son las de la economía, Toma el dinero y corre, frase que no tiene origen latino pues el capitalismo neoliberal más salvaje viene de escuelas más modernas a las que les sobra y resbala el lenguaje humanístico.

Si las desigualdades no se perciben tanto sobre el césped, donde se vive el deporte, sí que se notan, y mucho, en donde está el negocio, las gradas. Es evidente que poder sufragar los gastos necesarios para acudir como espectador a una Copa del Mundo no está al alcance de cualquiera, y más cuando la regla moral más sacrosanta del capitalismo es que el precio de los productos no tiene que ver con sus costes sino con las necesidades de los clientes. Y eso, en un mundo que ama el fútbol y lo desea, hay que pagarlo. Y bien. Y eso se nota en el público.

Que Brasil es un país multicultural y multiétnico es de sobra conocido. De hecho, décadas atrás había pensadores (por decir algo) que hablaban de una raza brasileña, la pureza de la mezcla. Sin embargo, y a pesar de que los futbolistas sí responden a esa pluralidad, sus espectadores son brasileños blancos en su mayoría, sin necesidad de que les hayan metido siete como en 2014, que si fuera así se entendería.

Inglaterra es un caso parecido, con muchos jugadores de raza negra en sus filas vitoreados por un público entre blanco y rosado, en este caso por cuestiones culturales alcohólicas, motivadas sin duda porque ante la temida eliminación de siempre, lo mejor es beber para olvidar.

Casi todos los países latinoamericanos tienen seguidores blancos. Hasta los seguidores de Panamá, cuya población blanca es minoritaria, parecen pasados por Ariel, el que lava más blanco.

Sin duda, lo mejor del fútbol está en el césped, y lo peor, el negocio. No deberíamos confundirnos al criticarlo, pues en el terreno de juego reside lo esencial y perdurable, y en las gradas, y en la televisión, lo coyuntural y perecedero.

 Me gustaría hablar sobre los futbolistas, obreros de un mundo dorado, pero obreros al fin y al cabo, y también sobre la fragilidad moral de ellos, un reflejo más de la que vivimos todos en esta sociedad hedonista y de pies de barro, pero eso quedará para otro artículo. Jul y Gan todavía tardarán en regresar de las vacaciones.

Continuará.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

¿Te gusta La Colina de Nervión? Apóyanos

A partir de solo 1€ puedes apoyar al único periódico que te informa solo y exclusivamente sobre el Sevilla FC. Tu apoyo contribuye a proteger nuestra independencia y nos permitirá poder seguir ofreciendo un periodismo de calidad y abierto para todos los lectores. Cada aportación, sea grande o pequeña, es muy valiosa para nuestro futuro e irá destinada directamente a los componentes de la redacción de La Colina de Nervión.

¡Lo último!

Yerson Mosquera se deja querer

En Castellón el fútbol se vive de forma intensa y si no que se lo digan a los aficionados...

Antes de irte... mira esto: