Carta a un lector

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Antes de comenzar el artículo semanal, deseo hacerme eco de la crítica de un lector, que por otra parte suele alabarme los artículos, hasta resultar bastante pesado a veces, porque me vio muy blandito con el Betis hace siete días. Me afea en especial que debería haber hecho más sangre con el rubio y veterano extremo verdiblanco, destacado contador de chistes, que batió un domingo más su propio récord de derrotas ligueras, nadie ha perdido tantos partidos como él, alcanzando una cifra tan difícil de igualar como la de las internacionalidades de Sergio Ramos.

Este derbi, es justo reconocerlo, ha tenido un sabor especial y duradero. Hemos tenido dos semanas para degustarlo, para decirles a los amigos de la acera contraria que sí, que tienen razón. Que Setién, o Lopera, o Serra, o incluso Benito Villamarín con la ayuda de un médium, serán la solución a sus cuitas. Y no, no he querido hacer sangre verdiblanca por la amistad que tengo con chicos y chicas que tienen ese defecto de fábrica, y también porque me deleito mucho más, y eso lo comparto con mis amigos Jul y Gan, escuchando sus lamentaciones. Me agrada atender sus cuitas, conocer a quienes invocan en sus soluciones, de dónde vendrá el salvador, el mesías verdiblanco. Y aún más ahora, que se acerca la Navidad. Si alguien todavía se pregunta por qué en esta tierra se vota y se jalea a quienes sin dudarlo les van a quitar el pan como poco en cuanto gobiernen, a quienes aprietan el gatillo del discurso fácil y la palabra huera para asaltar el poder, nada más que tienen que escuchar a los partidarios de un equipo en crisis, conocer sus invocaciones, sus toques a rebato (sin a, porque al Arrebato solo lo tocamos nosotros). En esta tierra en la que tanto abunda, y lamentablemente no se exporta porque esa nos la quedamos, la indigencia intelectual, sea cual sea la clase social, se hace justo y necesario clamar a la desesperada porque alguien resuelva los problemas que uno debe resolver, y más cuando ese alguien al final, a tiros o por real decreto, vendrá a llevárselo calentito a costa de los que los reclaman. Y mientras, Rubí hartándose de mantecados por lo que pueda pasar.

Y, la verdad, no. No quiero escribir sobre ellos. Ni siquiera de ese intento de agresión de Joaquín a Diego Carlos, para el que solo sería un pellizquito en la cara del paisano, que no coetáneo, de Rafael Alberti. No, me entretienen mucho más sus postulados y soluciones, sus búsquedas de un nuevo caudillo. Yo, de quien quiero hablar en verdad, es de Jesús Navas y de su golazo en la selección. De su ejemplo, de su trayectoria. Un jugador que a sus treinta y cuatro años es un ejemplo para todos. Y de su récord de victorias, porque nosotros no somos de contar derrotas.

Me pregunto a dónde habría llegado Jesús Navas si hubiera superado antes esa timidez que le hizo llegar tan tarde a la selección y, por tanto, a no disfrutar ni colaborar en los primeros éxitos de su generación en los diferentes escalafones. Desgraciadamente, me pregunto también qué habría sido de su trayectoria, cuántas internacionalidades hubiera acaparado, si en lugar de jugar en el Sevilla nos hubiera hecho un sergiorramos cuando comenzaba a despuntar como la estrella que es, mal que les pese a esa prensa endogámica e ignorante de Madrid. Y a propósito de ella, ejemplo de cómo se conforma este reino llamado España, me pregunto también, de paso, si la gente quiere un país aún más centralista de lo que ya es, un país que hoy es un agujero negro alrededor de una isla dorada en el centro que acapara todo lo que le sirve y escupe lo que no. Pero esa es otra historia y no quiero dejar de hablar de ese palaciego ejemplar.

Cuánto bien hace Jesús Navas al Sevilla. Cuánto bien a sus jugadores, y cuánto va a dejar más allá del día en el que se anuncie su retirada, que aún se ve muy lejos. Leer las declaraciones de sus compañeros en relación a  él, de Pozo, de Óliver Torres o Banega, y sobre todo de Ocampos, por poner algunos ejemplos, es un gozo y un orgullo. Qué importante es mantener en las plantillas a gente que habla con el corazón y las botas, en un deporte en el que, a futbolistas, dirigentes y aficionados, se nos va la fuerza por la boca. Y cuántos de su talla moral, aunque quizás no tanto futbolística, hemos perdido en estos tiempos de triles futbolísticos, llamados fichajes.

Querido lector, no voy a hablar del sucesor de los Morancos. Está próxima la Navidad y no quiero acordarme de los mantecados de Rubí, que mejor que se los coma de dos en dos ahora que puede, aunque se engollipe. A quien quiero traer hoy a este enrevesado artículo es a Jesús Navas, el de Los Palacios. Y a su golazo en Cádiz; y a sus galopadas por la banda derecha. A su entendimiento con Ocampos, y también, por qué no, con Dani Alves y con tantos otros con los que compartió la banda derecha a lo largo de la historia. Ese tío menudo sí que es un cañón. Y lo de Joaquín a Diego Carlos, cosquillas. Y es que desde el otro lado de la ciudad solo nos pueden hacer cosquillas. Se rasca uno, y fuera.

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