Carta a José Antonio Reyes

Sección:

Sevilla, 1 de junio de 2020

Querido José Antonio Reyes:

Hoy hace un año que nos dejaste. Parece mentira lo rápido que pasa el tiempo. Recuerdo como si fuera ayer aquel sábado con el que junio se estrenaba. Marisa, una excelente amiga bética, me llamó horrorizada para darme la noticia de que algo te había pasado en la carretera de Utrera. En esa carretera tan significativa para ti y para nuestro Sevilla FC, porque unía tu pueblo con los potreros en donde te hiciste jugador de fútbol, que no futbolista, porque futbolista lo eras posiblemente desde que naciste. Yo me encontraba trabajando, no podía entrar a buscar noticias en la red para saber lo que había ocurrido, pero una sucesión de mensajes de Whatsapp de los amigos de La Colina de Nervión acabó por informarme del accidente. Y de tu muerte en el acto. Sin posibilidad de que un hálito de esperanza pudiera hacernos suspirar por el milagro que durante algunas horas anhelamos cuando falleció Antonio José, qué dolorosa combinación de nombres la vuestra, Puerta.

Te escribo y no sé en realidad a quién escribo. Quizás lo haga a mí mismo, una carta con el mismo remitente y destinatario, como probablemente hacemos todos los que escribimos sobre alguien que ya no está. Admito que me gustaría hacerlo con esas bellas palabras que nos dicen, por ejemplo, aquello de que desde el cielo nos estarás viendo, que desde allí estarás cuidando de tu Sevilla FC. Desearía al escribirte hablar sobre ese tercer anillo en el que todos los sevillistas acabaremos un día u otro. Pero no lo voy a hacer, no me sale. Sería poco coherente conmigo mismo. Aunque, eso sí, me permito recordarte hoy en presente, como si estuvieras acompañándonos en este instante, con una mascarilla que en estos tiempos de coronavirus ocultara en parte, solo en parte, esa sonrisa que todos evocamos al pronunciar tu nombre. Porque tú no eres pasado, José Antonio. Eres presente, y también futuro, y trataré de explicarlo en lo que me queda de carta.

Tu eterna sonrisa. No te conocí personalmente, y por ello me permito imaginarte, imaginarte a través de esa sonrisa que tanta paz transmitía, tanta serenidad. Puede que incluso tanta falta de ambición, entendida esta en una acepción tan mercantilista como la que le hemos dado a la palabra, en un mundo del fútbol ávido por elevar ídolos a los que luego derribar al menor atisbo de decadencia, fetiches de usar y tirar cuando ya no son necesarios o hay otros más rentables. Porque es probable que, como aseguran algunos especialistas, no hubieras tenido techo como futbolista de haber exprimido al máximo tus cualidades. Esas cualidades que te llevaron a Londres o a Madrid, un mundo al que renunciaste por volver a ser y a estar donde siempre quisiste ser y estar.

Escribir sobre ti me interpela, me hace preguntarme sobre lo verdaderamente importante de la vida. Si merece la pena extraer hasta la última gota del talento, para goce de los mercaderes del fútbol, a costa de perder la sonrisa. Me lo pregunto en un tiempo como este que vivimos, en el que día a día muchos políticos, muchos periodistas, demasiada gente, siembra odio y crispación sin medir las consecuencias a las que nos están abocando. Quizás tú, querido José Antonio Reyes, fueras las antípodas de alguien como Cristiano Ronaldo, un tipo profesional al que admiro y que me produce mucha ternura. Un tipo esforzado, tenaz, ambicioso en el sentido al que aludía antes, pero que probablemente ha dejado demasiadas cosas en el camino, y entre ellas, la felicidad. Una víctima de los excesos del mercantilismo que ahogan al fútbol. Y ojalá me equivoque, porque su tesón no lo merece.

Tengo que decir que no estoy de acuerdo con eso de que no fueras ambicioso. Todo lo contrario, disiento con quien afirma que no explotaste al máximo tu talento. Porque tu auténtica ambición siempre fue no dejar de ser persona. Y eso, con la gloria que desprendían tus botas, con la magia que iluminaba tu visión del fútbol, ay aquel gol de Bacca en la final de Varsovia, era una elección realmente difícil de asumir. Por la ambición de ser persona abandonaste el Atlético de Madrid, con el que ganaste torneos europeos, y regresaste a Sevilla, sin que por ello renunciaras a seguir ganando títulos. Por seguir siendo tú, ay, dejaste el mundo acompañado de tu familia, de tus primos, del malogrado Jonathan, del felizmente recuperado Juan Manuel.

No dejar de ser persona. ¿No es esto ser ambicioso en un mundo tatuado de imbecilidad en cuanto se le da un par de toques decentes al balón? Claro que sí. Y más si cabe cuando tu debut en primera división lo haces siendo un niño, con dieciséis años. Porque eras un niño, porque probablemente jamás renunciaste a dejar de serlo, porque en este mundo inhóspito en el que malvivimos madurar es sinónimo de perder la esperanza.

Qué difícil es comprender esto de lo que te hablo fuera de Andalucía. Y qué precio tan alto pagamos aquí al renunciar a subir a esa noria de la ambición, una noria que giraba cada día más aprisa y para acabar siempre en el mismo lugar, con sus tripulantes fuera de sí, desnortados, a punto de reventar. No sabemos qué quedará ahora de una noria a la que el coronavirus ha destrozado su inhumano engranaje.

Ganaste ligas en Londres y en Madrid, cinco Europa League. Marcaste goles inolvidables, hiciste jugadas de ensueño. Pero yo me quedo con tu sonrisa. Con esa sonrisa tan andaluza. Una sonrisa de paz y de humanidad, que llama a quienes la contemplan a sacar lo mejor de sí mismos. Que jamás olvidemos los días de gloria que nos diste a los sevillistas. Pero, sobre todo, que nunca, nunca, olvidemos tu sonrisa. Un regalo para todos los seres humanos capaces de reconocerla.

Gracias por tanto, José Antonio Reyes

Manuel Machuca

La Colina de Nervión

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