Esta semana no hay liga, pero esto no ha impedido a Jul y Gan defender en el bar que hay que contabilizarla como una más en la racha de imbatibilidad del Sevilla Fútbol Club. Así de optimistas son mis compañeros de piso y así se han defendido de los ataques criaturitos que recibimos en el bar donde paramos para desayunar.
Qué buena defensa la suya. Ya quisieran Diego Carlos y Koundé llegarle a la suela de las botas de tacos a Jul y Gan, al menos en dialéctica e historia balompédica. Yo, la verdad sea dicha, no quiero matizar lo que dicen, no vaya a ser que me hagan un Marcão y me tumben de un guantazo en la terraza del bar, entre restos de sobres de azúcar manchados de café y cagadas de palomas que acuden a ventilarse las migajas. Pero, bueno, la moral no la debemos perder nunca. Y menos a estas alturas de la película.
Esta semana ayuna de fútbol liguero de lo que sí que hemos hablado en la intimidad de nuestra casa, y todo sea dicho, con envidia y admiración, ha sido de la selección española de baloncesto. Una selección que acudió al europeo de baloncesto con un equipo de futuro, plagado de jóvenes con ganas de aprender más algún que otro veterano que sigue teniendo hambre de títulos. El equipo acudió al campeonato sin presión, con mucho que ganar y poco que perder, con la adquisición de experiencia con mayor objetivo. Pero tenían un entrenador, un tal Sergio Scariolo, un viejo joven que en cuanto comienza la NBA allí que está el tío de entrenador ayudante, para a su edad continuar aprendiendo.
Si alguien tenía dudas de la influencia que puede tener un buen entrenador sobre un grupo, ahí tienen el ejemplo. Está claro, dicen sobre todo los perdedores, que un entrenador no mete goles ni, en este caso, encesta triples o faltas personales. Pero es que los goles y los triples también entran gracias al pie o las manos de un deportista con hambre, con genio, con corazón y capacidad de controlar y manejar las emociones, en pos de un sueño inesperado que paso a paso va convirtiéndose en realidad gracias a la sabiduría de un entrenador.
Scariolo es de los entrenadores que hacen creer a sus deportistas. Que hacen creer que el esfuerzo da sus frutos, que nada es imposible si se lucha, si se pelea con ilusión y, sobre todo, si esto no se hace en solitario. La fuerza del grupo, la suma de un equipo de cinco que juntos suman mucho más. El convencimiento de que el fallo es una oportunidad para aprender y de que todos estamos en el mismo barco.
Jul y Gan hablaban esta semana sobre la victoria en el Campeonato de Europa de Baloncesto y al día siguiente no recordaban más de la mitad de los nombres de nuestros jugadores. De acuerdo, en casa somos futboleros y del Sevilla Fútbol Club, sobre todo desde que cierto equipo nos robó la afición al baloncesto y nos quitó las ganas, apropiándose del nombre y del currículum de un club que era de todos. Pero ese desconocimiento de los nombres de muchos jugadores también esconde algo que no es menos verdad, porque quienes vencieron a la todopoderosa Francia de los jugadores NBA fue un equipo. Un señor equipo.
Y, como ustedes comprenderán, ha sido del todo imposible en esta semana no comparar a la selección española con nuestro Sevilla Fútbol Club. Un equipo en el que también hay jóvenes como José Ángel Carmona y Kike Salas que piden a gritos abrirse paso y explotar como muchos jugadores de baloncesto lo han hecho con la selección.
Y no digan que el baloncesto no es comparable al fútbol. En estas circunstancias, el baloncesto, el fútbol, el remo, el balonmano, y muchas otras actividades en la vida que no son necesariamente deportivas ni competitivas, tienen mucho en común. La política, la patria, incluso. Buscar el bien común, que el grupo esté por encima de las necesidades o aspiraciones individuales, que se olviden nuestros nombres en beneficio de todos, es lo que nos debe guiar en la vida en cualquier actividad que realicemos. La verdadera felicidad no es individual sino colectiva, la del grupo. Y cuanto más grande sea el grupo, cuanto más personas puedan sentirse acogidas dentro de él, tanto mejor porque la alegría llevará también incluida un mayor grado de justicia.
Esta semana, a pesar de lo que nos han vacilado los de la acera de en frente, esos que van tan bien en la liga y que, a pesar de que solo se llevan seis o siete partidos en este curso, ya se ven ganando otros tantos títulos de una tacada, a pesar de eso, de quien nos hemos acordado más ha sido de ese entrenador italiano que ha ido con la verdad por delante y que ha sido capaz de emocionarse y emocionar a un grupo de chavales que ha llegado a donde ninguno de ellos pensaba. Y que a buen seguro tratará de aterrizarlos, de que a ninguno de ellos se le suba el éxito a la cabeza ni olvide jamás por qué ganaron aquel título que ganaron en septiembre de 2022.
Y nos hemos acordado porque nos gustaría que en nuestro equipo, en nuestro Sevilla Fútbol Club, hubiera un Scariolo que contagiase al grupo, que diera un puñetazo (Marcao, tú no) sobre la mesa e hiciera creer que todo es posible si se lucha como uno solo, si se enfrentan las adversidades de manera colectiva y si se recupera la alegría.
El Sevilla Fútbol Club necesita un Scariolo. Lo que no sabemos es dónde está.