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Barras bravas

Una mañana de la Semana Santa pasada, salía de mi casa y vi un nazareno de pie en el umbral. Hasta ahí todo normal, hasta que al pasar a su lado noté que estaba orinando. Se había levantado su bello vestuario y hacía sus interminables necesidades creando un nauseabundo lago en mi portal. A dos metros, otro hermano hacía lo mismo, en un pequeño y sufrido naranjo que era regado para que el olor a azar fuera relegado a un segundo plano. Cuando les increpé su conducta me contestaron de forma violenta, se ve que aquello de “amar al prójimo” y “poner la otra mejilla”  no estaba muy presente en aquella mañana. ¿Se imaginan que yo dijera que las hermandades deberían estar prohibidas por este suceso? No es un hecho aislado, un vecino que intercedió en el pequeño altercado, me dijo que siempre pasaba, que todos los años era lo mismo. Mientras yo le decía al hermano que se iba a ir al infierno por violento, él me gritaba que todos los argentinos eran unos – (insultos varios)-. Como soy uruguayo no me di por aludido, pero tuve claro que si no fuera por el capirote, estaría sintiendo un gran olor a alcohol. ¿Se imaginan que se me pasara por la cabeza que todos los nazarenos se emborrachan de forma inevitable?

Muchos de mis amigos y amigas son nazarenos. Son seres fantásticos, incapaces de faltar el respeto, jamás orinarían en casa ajena, fuera de los servicios, por supuesto. Algunos toman mucha cerveza, pero tienen esa extraña costumbre de hacer sus necesidades en los baños, son así de raros. Bromas aparte, ¿saben cuántos Nazarenos caminan por nuestra ciudad en Semana Santa?  Miles. Debajo de esos capirotes, de todos los colores, hay personas de todo tipo. Generalizarlos, por mi tristemente verdadera anécdota, sería  injusto con todos quienes se visten y hacen la estación de penitencia por pasión, por fe.

Uno de mis compañeros del instituto en Montevideo es “barra brava” de Cerro. Muchas veces grita, insulta, se pone rabioso, pero tiene una virtud, termina el partido, y gane o pierda el equipo, deja la pasión en la cancha. Sale y es un hincha normal, más triste o más contento, jamás confunde su vida con su equipo. Todo un ejemplo. Pero no todos son así. Muchos “barras bravas” confunden la pasión por su equipo con la violencia. Confunden la derrota (implícita en la competición, o sea, se gana o se pierde), con la frustración. Confunden la valentía con la entrega y olvidan que los otros hinchas, los rivales, también son necesarios. Si el otro no existiera, este bello deporte que tanto amamos, sería inviable. El rival debe ser cuidado, respetado. Es necesario. ¿De quién nos vamos a burlar cuando ganamos?  ¿A quién vamos a insultar cuando perdemos? Eso no es violencia. Violencia es la prepotencia, violencia es la agresión, y esta tiene muchas formas.

Violencia es ver la ostentación de los contratos millonarios en un mundo lleno de pobres. Violencia es ver millonarios evadiendo hacienda.

Violencia es los medios promoviendo la discriminación de unos equipos para fomentar la gloria de otros.

Violencia es generalizar la conducta de unos pocos y estigmatizar a toda una tribuna.

Es imposible prohibir una palabra que nos define. De hecho yo tengo lista una pancarta que dice “Alhaji Momodo Nije, Norte” y pienso ir con ella de acá en adelante.

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