A celebrar

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Jul y Gan llegaron muy felices anoche a casa. No, no era por el liderato de nuestro equipo en la Liga. Bueno, sí, pero no era solo por eso. O sí, porque también tenía que ver, ya que al finalizar el partido se fueron de cervecitas al bar donde solemos parar a ver los partidos que jugamos fuera. La posibilidad de ser primeros en la tabla hizo que bebieran más de la cuenta y regresaran a casa doblemente contentos. Menos mal que no se me ocurrió ir con ellos, porque a ver quién era el guapo que escribía un artículo medianamente coherente y a tiempo, con las prisas que me meten los jefes de esta colina.

Fijaos si venían contentos que los escuché desde lejos. Me asomé y desde la ventana y fui testigo de cuánto les costó abrir la puerta de la calle. Me dije que era mejor evitar que les pasara lo mismo en la de casa y armasen mucho ruido. Nuestro vecino tenía visita y es mejor llevarse bien con él, sobre todo ahora, olvidado ya el Pau que le hicieron los suyos a Roque Mesa, el que le costó una buena brecha en la cabeza por no salir con el calzado adecuado a celebrarlo y a nosotros nos catapultó hasta lo más alto de la clasificación.

Esperaba yo en la puerta a mis amigos cuando la del vecino se abrió de improviso. No, no era él. A él se le escuchaba quejarse a lo lejos de un futbolista de su equipo, la verdad es que no tengo ni idea de a quién se refería, un tal Julio, o algo así, que por lo que se quejaba era muy viejo y solo sabía contar chistes.

El hombre se presentó como un primo del pueblo. No, no era el tonto del pueblo, como entendió Jul, sino un familiar cercano de nuestro vecino que había nacido en la misma localidad que él. Me estaba contando una historia sobre si los mostachones de su pueblo eran mejores o peores que los de otro más famoso, cuando aparecieron Jul y Gan. Venían dando camballadas por el pasillo y cantando por el Arrebato. Aproveché para que conocieran al nuevo vecino, que por lo que contó además de lo de los mostachones, había venido a hacer un Máster en una universidad monárquica y vaporosa que había abierto sede en nuestra ciudad, que tenía como rector a Juan Tamariz, por lo que había quien elucubraba que era esa la razón por la que los trabajos se esfumaban y las personas tenían la capacidad de asistir de modo invisible. El hombre se había matriculado en un curso sobre gaviotas casadas, que eran las que aprendían más rápido, aunque tenían un cierto sentido depredador contra su propia especie.

― ¿También bético? ― preguntó Jul, cuyo color rojo resaltaba esa noche aún más gracias a la cerveza y le interesaba bien poco la conversación académica.

― No, por favor, soy del Real Madrid, como mi padre, que Dios lo tenga en su gloria junto a Di Stéfano.

― Y junto a Lopetegui ya mismo― respondió Jul―. Porque a ese tío le quedan dos telediarios y medio programa de Deportes 4.

Gan me miró perplejo. Yo no sabía dónde meterme, aunque el hombre no se lo tomó a mal. Imagino que ya sabría por boca de su primo que en el pasillo que pisaba a veces sucedían accidentes. De todas formas, el hombre, como buen merengue, no supo callarse.

― ¿Lopetegui? Si hay que echarlo, se le echa. Y nos traeremos al entrenador que nos dé la gana, porque para eso somos el Real Madrid. Hasta a Luis Enrique si hace falta. O al vuestro, al Antonio Machín ese…

― Pablo, es don Pablo Machín ― interrumpió Gan, cuyo color se parecía ya al de su amigo Jul en los peores momentos.

― Bueno, sí, como se llame. Aunque ya veremos si vuestra racha llega a Navidades. Los títulos, señores, hay que ganarlos en mayo, no ahora.

No sé cómo lo pude hacer, porque ya saben ustedes el poco caso que me hacen, pero logré callar a mis amigos. No quería broncas tan pronto. Pero, aprovechando nuestro silencio, el primo de nuestro vecino quiso aclararnos por qué él era del mejor equipo del mundo (en su opinión, claro). Su padre fue uno de los primeros de su pueblo que tuvo UHF, la antigua segunda cadena de televisión, por la que transmitían los partidos en blanco y negro. Allí se aficionó a los discursos de un general de culo prominente y al equipo de los árbitros. Y esa herencia fue la que le quedó.

― Y esta es mi historia chicos ― resumió―. Yo de vosotros, y eso mismo le he dicho a mi primo, me cambiaba de equipo. En mayo, a ver si llegáis a la UEFA, que para vosotros está bien. De séptimos no pasáis, que os lo digo yo.

Gan no respondió. Masculló que iba a buscar aceite y entró en casa. Gan, en cambio, sí que no se aguantó.

― ¿Sabes lo que te digo, merengón? Que yo voy a celebrar el liderato. Porque me da la gana. Hoy y las dos semanas próximas. Y quizás más tiempo.

A Jul le saltaron los botones del polo de oferta de la temporada anterior que se había comprado en el Red Friday que organiza el club.

― Y por más razones, vikingo― continuó Gan, que había vuelto con las manos vacías de la cocina ―.  Porque es verdad lo que tú dices, que en mayo, cuando hayáis echado al entrenador y los gacetilleros pelotas que trabajan para vosotros hayan llorado todo lo que tengan que llorar, hasta el VAR se pondrá de vuestra parte. Celebramos en octubre porque no vais a permitir que nadie que no seáis vosotros o los que lloran en catalán, vuestros socios en el negocio, gane nada. Y vamos a celebrar porque no estamos acostumbrados a hacerlo, porque en cuanto tenemos un equipo medio que nos los desmanteláis los de siempre con el dinero que os da Tebasveteyá y hay que volver a empezar. Porque, a diferencia de vosotros, somos de celebrar victorias y no de llorar derrotas. Porque somos agradecidos con quienes han sudado nuestra camiseta y no se van por dinero, y por eso le aplaudimos a Iago Aspas. No, no somos como vosotros, que ya os habéis olvidado de Casillas o de Ronaldo, con lo que os dieron mientras llevaron vuestro escudo.

El primo se quedó del color de su equipo cuando juega en el Bernabéu, mientras Jul, que lo marcaba como si hubiera sido Javi Navarro, estaba rojo como la segunda elástica del líder de la categoría. La imagen de ambos conformaba una bandera sevillista de categoría.

― Y dentro de dos semanas, comeremos pan tumaca ― intervino Gan―. ¿Te enteras?

La garganta de nuestro nuevo vecino hizo un movimiento espasmódico hacia arriba y hacia abajo y se despidió apresurado, alegando que le cerraban el chino. Al verlo alejarse, los tres pensamos que en el suelo blanco del pasillo quedaría muy disimulado el merengue. Que no se notaría nada.

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