Un estado de desánimo

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Si alguien albergaba alguna duda sobre que el fútbol es un estado de ánimo quizás la despejara a partir del minuto 87 de partido frente al Eibar. A diferencia del encuentro frente al Real Madrid, con el que, a decir de don Pablo Machín, competimos hasta el minuto 80 y perdimos hasta la dignidad, o el de Barcelona, que según él también estuvo contra las cuerdas hasta el minuto 80, antes de que nos cayera la media docena, esta vez pasamos del más espantoso de los ridículos, por utilizar una frase hecha muy futbolera, a casi rozar la gloria. Si alguien, repito, hubiera pensado antes del encuentro que iba a salir contento con un empate ante un equipo que solo se parece al Barça en la camiseta, lo habríamos tomado por loco. Y respiramos, e incluso algunos alcanzaron la avenida de Eduardo Dato con ciertas dosis de euforia en vena si bien, conforme avanzaban hacia el casco turístico, perdón, histórico, la realidad se abría paso en las mentes de los obnubilados sevillistas al recordar los primeros 87 minutos de partido.

Confieso que a mí la expulsión de Banega me terminó de destrozar mi estado de ánimo. Me dije que hasta aquí llegué, que había resistido lo de Montella el año pasado pero que ya no podía más, así que durante el tumulto que se organizó a consecuencia de la tarjeta roja, después de que el VAR anulase el tercero del equipo de Mendilibar (qué pedazo de entrenador, por cierto, por qué será que no ha llegado a otros equipos de mayor nivel) le pedí el teléfono del psicólogo que trata a Jul y Gan, y también a nuestros vecinos y le pregunté cuánto les cobraba. Por un momento pensé que me iban a mandar donde Banega, pero Gan, tan sensato él casi siempre, me envió el contacto al móvil en cuanto se lo pedí. Al parecer, por lo que me dijo, el precio variaba en función de la puntuación del equipo de cada cual en la Liga más algunas variables. Por ejemplo, al primo merengue de nuestro vecino debía ser en teoría al que más le iba a cobrar de los cinco, pero, y más ahora que le acaban de dar de alta tras los últimos resultados, en realidad el que más pagaba era el vecino verderón, porque, a pesar de que van mal en la clasificación, hay una circunstancia agravante, el posesionismo que padece, una enfermedad psiquiátrica tremendamente difícil de tratar y de curar y peor aún de aceptar, lo que hace que suban los costes  mucho, sobre todo porque por lo visto el psicólogo debe contratar a otro compañero para que lo trate a él por tratar al vecino, no sé si se me entiende, sobre todo cuando se viene arriba y trata de imitar al rubio extremo de su equipo en lo de los chistes.

Menos mal que Ben Yedder y Sarabia han pospuesto mi tratamiento. Al menos hasta que volvamos de Roma, esperaré, pero no tengo yo muy claro que esto vaya a mejor. Y sí, los dos máximos goleadores de nuestro equipo salvaron in extremis un punto que supo a gloria después del bodrio que nos habíamos tragado.

Y sí, el fútbol es un estado de ánimo y ahora está por los suelos en algunos jugadores. Unos notan, como Banega, que han empalmado dos temporadas, con Mundial de por medio, jugándolo prácticamente todo; y otros padecen de representantitis, una lacra infecciosa que afecta a futbolistas con agentes insaciables, devotos de la pasta, es tradición culinaria del sur de Italia.

El ambiente con Pablo Sarabia se está avinagrando por momentos y, como no se arregle su situación contractual, va camino de hacerse insostenible. No sé cuántos partidos más va a poder jugar en el Sánchez Pizjuán con la gente echándosele encima. Se nota que el jugador está afectado, que su rendimiento no es el mismo y no por falta de lucha sino por el desacierto que es producto de lo que pasa por la cabeza. Y no es justo, porque lo que nos ha dado a lo largo de temporadas, y en especial en esta, es para agradecérselo. El domingo nos dio un punto, y no ha sido precisamente el único que nos ha dado desde que vino por cuatro duros.

Queda tarea por delante. En los despachos, algunos contratos, y en el césped es momento de cambios. El aire corre viciado, en las oficinas, en el césped y en las gradas. Así no vamos a ningún lado. Hay que animar al Sevilla aunque vaya perdiendo, como dice la canción, pero en otros ámbitos de la sociedad también hay que hacer lo que les toca. Dicho queda.

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