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Cualquiera de ustedes que me hacen el honor de leerme, ha pasado por algún momento duro en la vida. Todos hemos padecido circunstancias difíciles, que suelen coincidir con experiencias traumáticas que nos hayan sucedido o que hayan acaecido en nuestro entorno. Trances, a veces inocentes, que nos remueven el suelo y nos hacen caer en la cuenta de lo frágiles que en realidad somos, de que los cimientos que nos sostienen no son tan firmes como creíamos.

En mi caso personal, próximo a cumplir cincuenta y cinco años y con una vida intensamente vivida, no han sido escasos los momentos en los que el devenir me ha obligado a dar un giro importante, me ha expulsado de zonas de confort y me anunciado que, al menos en lo que respecta al camino que seguía, había tocado a su fin. Como anunciaban las antiguas máquinas de tacos cuando se nos colaba la última bola, la partida había terminado. Game over.

Son momentos de crisis, de cierres de ciclo, en los que la vida parece empujarte a un abismo, cuando en realidad lo que te está diciendo es que no tengas miedo, que llega el momento de cambiar el paso. Algo que puede ser fácil de decir, de sentir en este caso, pero también muy complicado de llevar a cabo. Y por eso, los cambios, las transiciones, duran mucho tiempo, a veces años que son muy duros de recorrer y en los que a veces el pánico puede llegar a atenazarnos, a paralizarnos. Son tiempos en los que se producen cambios en nuestro entorno, en los que se pierden amistades que creíamos eternas cuando en realidad eran circunstanciales, y aparecen otras nuevas, tan eternas y circunstanciales como las anteriores.

Mi receta ante estos procesos siempre ha sido la misma, muy simple, por cierto: saber que si otras veces, en cambios anteriores, fui capaz de hacerlo bien, esta vez también se repetirá la historia. Al principio, y hasta que llega a ser una realidad, no deja de ser una mera frase de autoayuda, nunca mejor dicho, para mí, pero hasta ahora, así ha sido, y cuando he logrado entender los cambios, cuando he dejado de acojonarme y he hecho frente a la realidad, estos cambios me han hecho crecer y aprender. En momentos de crisis, echar la vista atrás, saber todo lo mucho y bueno que se ha logrado a lo largo de tu historia, es el mejor combustible para seguir avanzando, al menos hasta que la vida te dé el definitivo Game over y de verdad se te acaben las bolas.

Algo así creo que le está sucediendo al Sevilla. La crisis por la que transita no es una cuestión baladí. Era necesario el relevo del entrenador, pero pecaríamos de inocentes si pensásemos que esto iba a solucionar todo. Esta situación no se asemeja al cambio de Michel por Emery, por ejemplo, ni a ninguna otra de las que se han dado en estos años, porque en todas esos, que no han sido pocos, el Sevilla permanecía en un modelo, en el que ingresó con Juande Ramos allá por 2006, y trataba de mantenerse en dicho modelo. El Sevilla como sociedad, como afirma Francisco Garrido Peña, uno de los autores que participan en el libro El derbi final, ha conseguido todos sus logros sin necesidad de vender su capital a jeques árabes, magnates chinos o rusos, ni a diteros salvadores de tupé sospechoso. El Sevilla ha sido durante estos años, y lo es ahora, una entidad en manos de capital local, una sociedad anónima deportiva, de éxito y prestigio mundial como pocas o ninguna en una sociedad como la andaluza que tan poco prestigio tiene fuera de sus fronteras, a no ser para la diversión y la chanza a costa de nosotros.

La crisis del Sevilla es la de superación de un modelo para escalar el último peldaño, el que lo podría situar entre la alta sociedad europea y mundial del fútbol. Lo que se cuestiona ahora es si seremos capaces de dar ese salto o por el contrario, hemos llegado al límite de nuestras capacidades en un entorno en el que los fichajes se pagan por cinco o diez veces de nuestras posibilidades. Límites que ningún otro club de capital tan local y repartido ha logrado alcanzar, por cierto.

Y los cambios necesitan cambios. Vaya perogrullada, ¿no? Porque hemos comenzado fallando estrepitosamente. El modelo de fichajes no ha sido consecuente con el cambio que se pretendía dar y hay que replantearlo. Las estructuras deben dar un salto hacia adelante que no se ha dado. Hay que pensar, y pensar para seguir creciendo. En toda transición hay muchas equivocaciones, porque avanzamos a tientas siempre, tocando terrenos que jamás tocamos pero con la experiencia de haberlo sabido hacer con anterioridad. Y lo que hemos sabido hacer antes fue acertar y rectificar, porque el camino no siempre fue de rosas.

Sí, perder contra el Betis, fastidia, claro que sí. Pero, y no lo digo con alegría, que ellos piensen que con esa tradición anárquica suya de la que tan orgullosos están, van a rozar nuestra trayectoria, es para mear y no echar gota. Llegar hasta donde hemos llegado no ha sido casualidad, ni de una tanda de penaltis o de un gol en la prórroga. Son años de errores, de equivocaciones hasta encontrar el camino, y de tener paciencia, tesón y constancia. De no rendirse por años de grisura que hubiera antes de hallar el modelo desde el que crecer. Hemos perdido, como podríamos haber ganado, y eso no cambia nada. Solo cambiará si perdemos el norte, que algo lo hemos perdido, porque en esta temporada los errores han sido muchos y sus responsables tienen nombres, apellidos y contrato. Y en los cambios, ya lo he dicho, se pierden y se ganan compañeros de viaje.

Son momentos para pensar los cambios necesarios, para hacerlos con determinación, pero también para reconocer los méritos contraídos durante todos estos años. Para, con la experiencia del pasado, seguir construyendo futuro, sin necesidad de tener que irle a rezar al Gran Poder. Al menos, para esto.

Lo dicho, seguimos.

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