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Ojo, frágil

El fútbol es un juego de once contra once en el que el resultado puede ser impredecible en un partido aislado, pero en el que al final de la competición el equipo que gana no es tan difícil de vaticinar, al menos en un formato como el de la liga. El fútbol es competición y equipo y por tanto, para que sea fútbol, tiene que existir el deseo de vencer a otro y que quienes integren el equipo cumplan determinadas funciones para que el colectivo consiga el objetivo es meter un gol más que el contrario. El fútbol no es una victoria ni una derrota, sino la suma de muchas victorias, empates y derrotas, y por tanto precisa de una fortaleza psicológica y un buen manejo de aspectos psicológicos, en el césped y desde fuera, y cuando digo desde fuera, hablo del que dirige desde el banquillo y también desde el que anima, o critica, desde la grada.

El fútbol es como una buena novela, en la que los personajes son importantes, pero en la que estos no son nada si no hay un armazón, una buena historia que la sostenga. Una novela es belleza a partir de una estructura sólida, y si esta se desmorona, podrás tener personajes entrañables pero solo conseguirás ráfagas de belleza entre los escombros. Todos queremos ver virguerías, retenerlas en nuestra memoria para contárselas a sus nietos, pero ganando. El fútbol es, pues, el trabajo colectivo que permite la belleza de lo individual, y si no hay equipo, no hay fútbol sino circo.

Dicho esto, la semanita ha sido de coco y huevo. Sí, cualquiera firmaría muchas así, pero todos sabemos que si el equipo no cambia, esto será imposible. No lo digo por la suerte que hayamos podido tener, mucha más contra el Getafe que contra los turcos, porque en el partido de Champions pudimos tenerla con el poste en las postrimerías del encuentro, pero en el cómputo general del partido las ocasiones que tuvimos para haber rematado la eliminatoria con desahogo fueron muchísimas más que para el contrario. Para suerte, la de Getafe. Porque si hubiéramos tenido en frente a un equipo con un poco más de calidad frente al gol nos hubiera pintado la cara.

En mi opinión, el mayor punto flaco que padecimos ante el Istanbul Basaksehir fue la fragilidad moral, dentro y fuera del césped. Los únicos que mantuvieron la dignidad en todo el estadio fueron los Biris, que en ningún momento cejaron en el ánimo a los defendían nuestros colores. Era mucho, muchísimo lo que nos jugábamos y nos pesó. Le hubiera pesado a cualquier equipo, pero al nuestro, cuyo escudo aún no infunde el miedo que producen otros en los contrincantes, casi lo hunde. Moral frágil.

Ante el Getafe asistimos a otro tipo de fragilidad. El equipo careció de contundencia en la disputa de balones, y sobre todo, adoleció de falta de consistencia en su estructura. Sampaoli decía que si por él fuera competía con once centrocampistas. Sin embargo, nuestro entrenador, que al parecer―quién lo diría― era de su escuela, dejó un hueco tremendo en toda la franja central del terreno de juego, algo que sería difícil de ver en un equipo del ilustre calvo que nos dejó con el culo al aire. Daba pánico, al menos a mí me lo daba, el socavón que había en el centro del campo y la facilidad con la que subían como una exhalación los animosos jugadores del Getafe ante cualquier pérdida de balón del Sevilla en los tres cuartos del campo. A nuestros jugadores de banda parecía darles miedo abandonar la cal, lo que convertía en un auténtico colador un espacio de sesenta por cuarenta metros de campo. Si no llega a ser por la mala calidad en la definición de los madrileños, el trabajo inmenso de Pizarro, Kjaer y Lenglet, y el acierto de Sergio Rico, hubiéramos acabado muy mal. Una genialidad como la de Ganso―doble mérito, por su toque, y por saberlo hacer ante un melón como el que le envió Mercado― nos puede haber dado tres puntos esta vez, pero no nos va a dar treinta, ni mucho menos los setenta que necesitaremos para alcanzar una clasificación decorosa.

Sí, es cierto, esto acaba de empezar. Igual que hemos fallado goles clamorosos en estos tres partidos ha habido suerte en otras ocasiones, pero hay cuestiones que alarman. El centro del campo y la defensa están cogidos con alfileres, a los delanteros parece que los hemos fichado de una orden religiosa caritativa, y a lo largo de una temporada, o se afirman bien las costuras o acaba por romperse el trajecito que acabamos de estrenar. Y me temo que no es tanto cuestión de nombres, como de estructura, no tanto de quiénes juegan sino de cuál es la propuesta desde el banquillo, del sastre, y de su capacidad de adaptarse a las circunstancias. Porque con Sampaoli el primero que llegó nos metió cuatro, pero ninguno más lo hizo, porque muy pronto se dio cuenta de qué iba esto. Y Berizzo, que lleva muchos años en España, tendrá que tomar nota de la lección.

Ahora hay tiempo para pensar, pero no para quedarse en babia.

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