Si eres de los que se va del estadio antes de que termine el partido porque tu equipo va perdiendo, no leas este artículo.
Tampoco deberías seguir leyendo si eres de los que pitan a uno de tus jugadores cuando pierde un balón, da mal un pase o erra un gol.
Si tu opinión del equipo depende del último resultado, hazme caso, no sigas leyendo.
Es mejor que mires la Tv y te dejes mentir si no sabes apreciar que tu equipo acorraló al último campeón inglés.
Es mejor que leas otra columna que se centre en la falta de tensión, los penales errados o ese punto de eficacia extra, esos millones que nos separan, esa poca suerte.
Si eres de lo que presume de hacer fichajes baratos y vender caro, como si eso te amortizara la hipoteca, y prefieras una empresa solvente a un equipo sólido; estás a tiempo, deja de leer.
Esta es un pequeño texto dedicado a los sevillistas de verdad. Los que ayer, tristes, soltaron unas lágrimas de rabia, propia de la derrota. Los que se quedan mirando el verde, soñando con que el tiempo vaya hacia atrás y nuestro jugador la patee fuerte y al ángulo en lugar de flojita y abajo. A los que miran al partido que viene con ilusión, a lo que queda de liga con optimismo, al año que bien con sed de venganza.
Unas pocas líneas para los que nunca se van del Estadio, que nunca dejan solo al equipo. Porque aunque quieran, no pueden.
Esos, muchos y muchas, que soportan las burlas en silencio, ven los festejos de los otros con resignación y miran el futuro con esperanza.
Ese sevillismo rabioso que tanta veces festejó, pero otras muchas (¡muchas!), mordió el polvo. Ese que no cree en estadísticas vacías, que no le importa nada de lo que digan los medios, que ve una camiseta blanca y roja y se emociona.
Ese sevillismo que creyó que podíamos ganar la Champions Legue, y que hoy, se seca las lágrimas y sigue soñando con ganar la liga.
Por nosotros.
Nos vemos el próximo partido.