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Museos

Jul y Gan están deseando llevarme a conocer el nuevo museo de nuestro Sevilla. Yo, la verdad, no tengo demasiado interés, y no porque no me sienta orgulloso de la historia del equipo de mis amores, sino porque los museos me abruman. Todo lo que se expone da para meditar mucho. Tanto, que al final uno acaba por pasar a toda prisa por las piezas que se exponen. La mayoría de las veces, para lo único que sirve es para decir que uno estuvo allí.

Ninguno de los dos lo conoce aún, ni estuvieron en el anterior, pero el video que difundió el club les ha provocado tal interés que no hablan de otra cosa. No es que no se callen ni debajo de agua, sino que son incapaces de evitar la conversación ni siquiera cuando vamos a cuidar a nuestro vecino verderón y a su perro, ambos convalecientes desde la semana pasada de un accidente que tuvieron al resbalar con una mancha de aceite en la misma puerta de su casa.

Nuestro vecino, por cierto, y disculpen el inciso, pero creo que les interesa y les va a tranquilizar, se recupera poco a poco de las heridas que se causó al salir demasiado deprisa de su casa. Tres puntos de sutura, los mismos que nos quitaron, le dieron en la cabeza. Jul es el que se encarga de curarlo casi siempre. A pesar de que la enfermera nos recomendó limpiar la herida con suero fisiológico, nuestro encarnado amigo prefiere echarle chorreones de alcohol de 96º. Los alaridos que da nuestro vecino al sentir caer el líquido elemento serían dignos de su mascota, pero Jul, que incluso no tiene más remedio que hacerle un Pau para que se deje curar, le dice que es por su bien.

A lo que iba, hablábamos de ir a conocer el museo nuevo del Sánchez-Pizjuán después de curar al vecino. Allí, aún en su casa, discutíamos sobre cuándo podríamos ir.

― Me niego a hacer una visita a la carrera― defendía yo―. Necesitamos tiempo para verlo. Mínimo, una mañana entera.

Nuestro vecino, que se siente agradecido a pesar de todo, quiso intervenir en nuestra conversación. En su opinión no se necesitaba tanto tiempo para ver un museo sobre fútbol, porque las veces que había ido él a ver el de su equipo lo había hecho en un santiamén, y sin correr.

Jul y Gan me miraron y a continuación giraron la vista a la descalabrada cabeza de nuestro vecino. Antes de que fueran a responderle les rogué que se callaran, por si ciertas aclaraciones en cuanto a las diferencias entre continente y contenido de los museos pudieran dificultar la evolución del enfermo, sin duda bajo de defensas y en riesgo de sufrir un grave ataque de realidad. Aun así, pude escuchar que Jul mascullaba algo sobre las piezas más destacadas del museo rival. Creo que dijo algo, no lo podría asegurar, del busto aflequillado de un presidente anterior que gozaba de gran poder, de una selección de los mejores chascarrillos portuenses (Hulio’s greatest hits) y de un tetrabrik o algo así. Yo intervine antes de que se liara parda. Quise extender una balsa de aceite en la conversación, aunque el símil no fuera de lo más oportuno.

― Nuestro museo requiere muchas visitas, debemos estar orgullosos de nuestro pasado, porque, aunque no fuera siempre glorioso, para llegar al lugar en el que estamos hubo que subir esos peldaños. Y eso es algo que no entienden esos, ― intervino Gan, señalando al accidentado― que se creen que lo nuestro fue suerte y que ahora les toca a ellos tenerla.

El vecino creo que pretendió discrepar, o al menos precisar algo. Rehusó hacerlo al ver a Jul abrir un nuevo bote de alcohol, esta vez de litro, y mira que le insistimos en que hablara, porque las diferentes opiniones siempre enriquecen. Pero nada, lo único que preguntó fue si El Arrebato sacaba nuevo disco.

Así que quedamos en visitar el museo en cuanto podamos. Siempre y cuando el proceso de recuperación de nuestro vecino nos lo permita, claro está, porque él no entendería que los dejásemos solo tantísimo tiempo. Tanta gloria necesita calma y reposo. A ver si nos da lugar en un solo día. Difícil lo vemos. Muy difícil.

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