El vecino gritón

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Regresamos Jul y yo el pasado domingo del estadio con un cabreo de mil pares. Gan no había podido venir porque la gripe le había atacado de lleno, así que tuvo que conformarse con ver el partido por la tele.

Jul, cuando se enfada, parece un ogro, y entre el árbitro y Sergio Rico habían conseguido enfadarle mucho. Pero mucho, mucho. Cuando eso ocurre, se pone de un rojo encendido y la ropa le estalla o casi. Es increíble lo de Jul, pero cierto. Yo le digo siempre que no use ropa tan ajustada, pero eso tienen los musculitos, que les gusta mostrarse. Además, tuvimos que soportar a Juan Macana, que se sienta dos filas más arriba de nosotros y no paraba de gritar, de decir lo que hay que hacer a todo el mundo: a Banega, a Montella… Este hombre se pone nervioso nada más pita e árbitro el inicio del partido. El día del Atleti, incluso tuvo treinta segundos para dar indicaciones, menos mal que luego se calló. Incluso a nosotros nos da consejos sobre esta columna. Un gran sevillista este Juan, pero a veces un tanto presuntuoso, y eso que solo es uruguayo. No quiero ni imaginar qué hubiera sido de haber nacido argentino.

Iba tan indignado de vuelta que preferí no hacer comentario alguno acerca del artículo del martes. No lo he contado hasta ahora, pero estos artículos que escribo en La Colina de Nervión son en realidad de estos dos caballeros, Jul y Gan, , con el permiso de Juan Macana, claro, de los que yo nada más que soy su amanuense. Me reconozco un hombre poco imaginativo, pero con muchas ganas de salir en los papeles. Y ellos son justo al revés, personas discretas con muchas ideas, a las que cada domingo tengo que acudir sin falta para que me digan de qué tengo que escribir para el martes. Y este domingo, con un empate a uno en el descuento, no estaba el horno para bollos. Es más, temía que a Jul le estallase la ropa y me hiciera pagar un nuevo modelo para su vestuario con lo que gano en esta colina.

Le sugerí a Jul no regresar por la avenida Eduardo Dato. Entre la parada del metro, la estrechez de la acera por culpa del carril bici y el cabreo que llevaba, temía que su cuerpo no cupiera entre la muchedumbre y que cualquier conversación acerca del árbitro terminase por hacerlo estallar y que algún aficionado acabase estampado en alguno de los jardines de la calle.

Llegamos a casa, creo que tampoco les he dicho que vivimos los tres juntos a costa de la colina, en silencio. No hacía falta hablar, hace tiempo que nos conocemos: Sergio Rico, el árbitro, otra vez Sergio Rico, el palo de Banega, la ocasión de Sarabia, Sergio Rico de nuevo, el árbitro… En un cabreo, los pensamientos son circulares, concéntricos a rayas blancas y negras, como un mareante viaje al futuro, y cualquier palabra que sale no es la más acertada, así que no me atrevía a preguntar el tema del artículo. Para colmo, nuestro vecino Juan Macana tampoco había hecho sugerencia alguna. De hecho, Juanito Macana se fue ronco, gritando eso de “Ya lo decía yo, había que haber amarrado el partido antes”.

Gan no salió a recibirnos cuando llegamos a casa. La gripe lo tenía hecho polvo, se encontraba fatal. Solo había podido ver hasta el gol del Sevilla, y ya más tranquilo por el resultado y sin cuerpo para más, decidió acostarse. Cuando abrimos la puerta de la habitación― porque dormimos los tres en la misma, salvo los días de derrota, en las que Jul duerme en otra― nos recibió muy contento por haber ganado.

― ¡Dos a cero! ― masculló, con más emoción que energía por la fiebre.

 A Jul se le terminaron de saltar las costuras de la camisa roja de cuadros.

― ¿Cómo que dos a cero? Hemos empatado a uno, el árbitro nos ha robado el partido, encima Cala…― Jul estaba furioso, su figura se agrandaba. Hoy no dormiría con nosotros. En unos segundos, su camisa se había convertido en un peto de entrenamiento de segunda mano.

― Ay, yo qué sé ― respondió Gan entre delirios febriles― El vecino gritó gol como un poseso y yo imaginé que había sido el gol de la sentencia.

― ¿La sentencia? ― gritó mi increíble compañero de tribuna―. Pero si el vecino es más verderón que una lechuga caducada.

Fue entonces cuando se me ocurrió por primera vez el tema del artículo, sin necesidad de acudir a mis amigos Jul y Gan ni al pesado de Juan Macana. Va a ser cortito, como yo, porque tampoco doy para más, y después de este largo preámbulo, trata de la alegría que da ser de un equipo ganador, de no tener que pensar en lo que hace o deja de hacer el vecino. La alegría de alegrarse, valga la redundancia, por las victorias propias y no por las derrotas ajenas (en este caso, empate). Uno no elige el equipo de sus amores, habitualmente son otros, tus padres, la familia, y por eso esta alegría de ser del nuestro es una suerte inmensa, porque nuestras tristezas y alegrías dependen de nosotros.

De todas formas, el vecino no se va a ir de rositas, ya estamos preparando algo. Yo, no, porque no tengo mucha imaginación, pero en cuanto se ponga bueno Gan, vamos a hacer de su mudanza un asunto de estado. Eso sí, mientras lo conseguimos, no nos vamos a perder ningún partido de su equipo para gritarle lo que se merece. No importa que los de ellos los echen por la TDT.

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