El sospechoso caso de las pastillas antidepresivas

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Durante el descanso del partido contra el Alavés, escuchamos el golpe delicado de una bolsa contra nuestra puerta. Nos miramos extrañados. Por un momento creímos que había sido Jul rebuscando la última patata frita con sabor a jamón. Lo descartamos al instante cuando observamos que nuestro amigo tenía las manos fuera de la bolsa y se encontraba en ese momento chupándose los dedos. Casi al instante, sin solución de continuidad, como si el árbitro hubiera dejado seguir la jugada, nos percatamos de una carrera alocada por el corredor de la planta, que incluía cuatro zapatos y dos patas, un par de risas y unos ladridos agudos que solo podían corresponder a Hulio, el dorado can de nuestro vecino. Unas huellas de patas amarillas que surcaban el pasillo hasta el ascensor corroboraron nuestras sospechas al abrir la puerta.

― Otra vez le han comprado el tinte en el chino― observó Gan mientras olía el mejunje con el que los vecinos teñían al provecto sabueso.

― Pobre ― comenté―, con el trabajo que les costó quitarle las pulgas, más que la deuda a su equipo, y ahora a la vejez tiene que seguir rascándose por imitar al Matusalén teñido ese que juega en su equipo.

Casi pisamos una bolsa al salir.

― No toquéis nada― nos prohibió Gan antes de entrar en casa de nuevo.

Segundos después, Gan regresó con su pipa, su gorro de detective y unos guantes de látex. Levantó la bolsa, la agitó y la observó al trasluz de la farola del patio.

― Hummm… Medicinas… ¡Oooh! ― añadió rascándose la barbilla― Un muñeco de vudú con el uniforme del Sevilla. Tercera equipación, dorsal de Gnagnon. Etiqueta de Primark…

― Por lo que parece, quieren fastidiarnos, pero con poco dinero― añadió dándole una buena chupada a la pipa, que tiraba peor que Loren los penaltis.

La medicación, según pudimos constatar leyendo el prospecto, era un antidepresivo. Le faltaban catorce pastillas a la caja.

― La dosis de una semana para cada uno de ellos― Gan se rascaba la barbilla dejando un rastro indeleble de tinte perruno―. Esto es lo que les mandaron tras la última derrota. Una pastilla para cada uno, para el primo y para el vecino. No hay rastro de medicamentos veterinarios, por lo que Hulio no lo ha debido pasar tan mal, los perros se acostumbran a todo.

― Estos tíos se han venido arriba con la victoria de sus equipos ― especuló Jul―. Y mira que tuvieron potra los dos.

No había duda para Gan que habían visto la primera parte del partido contra el Alavés (el Alamismavés, para un antiguo presidente de largo flequillo que vivía en una calle con nombre de jamón). A buen seguro que pensaban, y en esto no nos hizo falta deducción alguna por parte de Gan, que la derrota nos iba a llegar. Pero no contaban con que Montella había sido cesado hace mucho y que con nuestro míster se había olvidado el acojone, que este equipo podía reaccionar. Y así fue, porque don Pablo se sacó de la manga un carrilero de ébano que hizo crujir el rocoso (no de Roque Mesa) sistema del equipo vitoriano. Quincy Promes cambió la dinámica del partido y la pena fue que, en eso sí que se parece el míster a Montella, tardase tanto en entrar. Pero no pasa nada, seguimos arriba. Muy arriba.

― Se van a meter estas pastillas como supositorios― gruñó Gan al finalizar el partido.

Gan cogió la bolsa con la intención de volverla a dejar en la puerta de los vecinos con un mensaje en clave dibujado en papel (una mano con el índice extendido), pero un servidor, el escritor, se acordó de que muy pronto se sabría el resultado de las elecciones y prefirió conservar las pastillas.

Nota del escritor transcriptor: Una vez conocida la composición del parlamento andaluz, he decidido probar las pastillas, y también quemar por si acaso el muñeco de Gnagnon incautado a los vecinos. Cualquiera sabe lo que nos puede pasar.

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