El regalo de Reyes

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Hay días desgraciados en los que no se puede elegir de qué se va a escribir porque la actualidad obliga. Hay días como este en los que, aun sabiendo de lo que vas a escribir no sabes qué poner que no esté dicho ya, que no esté mejor dicho, que no haya quien tenga mayor legitimidad que uno para ponerle palabras a los sentimientos. Hay días que estos se confunden, porque se confunde el personaje público con la persona, el héroe deportivo y el ser humano que, aunque nos duela mucho más, no hizo lo que debía y lo pagó con la vida, con la suya y al menos con la de otra persona más. Hay días en los que uno lee homenajes a personas fallecidas que en realidad hablan de quienes los escriben y no de los que han muerto y que, por tanto, demuestran lo difícil que es componer un obituario justo. Hay días, en fin, que a uno no le queda otra que escribir sin brújula ni timón, hacerse a la mar en una patera y dejarse ir a la deriva con la esperanza de llegar a algún lugar que haga justicia. Hay días que son noches, en los que no habría mejor compañía que el silencio, pero en los que hay que hablar.

Hay días en los que una tragedia como la sucedida invita a reflexionar sobre cómo está montado el negocio del fútbol. No digo el fútbol sino el negocio del fútbol, porque hay mucha gente que confunde al deporte más bello y popular, popular de pueblo, con el aprovechamiento lucrativo por parte de algunos como el espectáculo de masas en que se ha convertido. El fútbol es una cosa, un deporte de equipo que aúna talento, trabajo, psicología, suerte, pasión, que puede hacer probable lo improbable; sin embargo, el negocio, es otra bien diferente y a un tiempo muy similar a otros negocios, y con frecuencia trata de hacer imposible lo improbable para mayor beneficio de los que no meten la pierna en el césped sino la mano.

El fútbol no existiría sin los futbolistas, auténticos magos, dioses a los que esperamos cada semana para que nos hagan soñar con los ojos abiertos. En especial, jugadores como José Antonio Reyes, capaces de expulsar la palabra imposible del diccionario, al menos en lo que se refiere al deporte rey. Los futbolistas ganan mucho dinero en la élite, como por otra parte es justo, ya que son las piezas insustituibles del deporte y del negocio. Son imprescindibles, obreros de lujo de una maquinaria formidable, pero obreros, no se nos olvide. Una maquinaria que les obliga a convivir con el dinero desde muy jóvenes, a una edad en la que la mayoría de los muchachos aún les piden la paga semanal a sus padres. Rodeados de lujos materiales artificiales, innecesarios para la vida, aislados del mundo en urbanizaciones alejadas del mundo. Una vida que se vive muy deprisa, a toda velocidad y en la que a veces se derrapa y se sucumbe víctima del sistema en el que han tenido que vivir por albergar ese talento que, especialmente en el caso del futbolista más genial que haya dado la cantera del Sevilla, nos ha hecho tan felices.

José Antonio Reyes ha muerto y yo me acuerdo también de su primo Jonathan, doce años más joven que él. Y también de su primo Juan Antonio, de veintidós años, que mientras escribo trata de sobrevivir con quemaduras en el sesenta y cinco por ciento de su cuerpo. José Antonio ha muerto llegando al pueblo en el que nació. No habrá consuelo posible para ellos, que tienen que enterrar a dos de sus miembros más jóvenes y cuidar al que resiste en el hospital. Murió rodeado de su gente, de los suyos. Busco algún consuelo y siento que nunca quiso alejarse de ellos, que el mundo del fútbol no lo apartó de la tierra que le vio nacer ni de su familia, que José Antonio Reyes Calderón nunca dejó de ser quien era antes de ser el futbolista genial que fue.

Hoy miles de sevillistas desafían las infernales temperaturas de la ciudad para acercarse a dar el último adiós a quien les hizo tocar el cielo. En un mundo con tantos Cañizares, él nos hizo soñar y creer, corregir el diccionario. Hoy sabemos que imposible y posible son sinónimos, al igual que soñar y ver, que los sueños se contemplan y se viven despiertos y en compañía de otros soñadores. Y que creer es un verbo que no alberga la más mínima duda si José Antonio Reyes conduce la pelota.

Gracias por la vida que nos regalaste y por romper mi diccionario. Ojalá tu familia encuentre el consuelo en la felicidad que nos diste, a nosotros y a los aficionados de equipos a los que hiciste el honor de vestir su camiseta.

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