Dolor y vergüenza | Jul y Gan, la opinión de Manuel Machuca

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Partamos de la evidencia de que en España es casi un milagro competir contra clubes como el Barcelona o el Real Madrid, que las competiciones son una estafa por la tremenda desigualdad que existe en el reparto de los ingresos que produce el fútbol; que cualquier equipo medio decente que se forme acaba desguazado en un santiamén por estas potencias depredadoras; que esto no ocurre solo con los jugadores del primer equipo, sino que alcanza hasta a los niños que despuntan en las ciudades deportivas; y que esta desigualdad no es sino el reflejo de la que existe en la sociedad.

Partamos también de que el fútbol es un deporte en el que ese milagro de competir contra estos monstruos a veces es posible; que el Leganés echó de la Copa al Real Madrid, que la Roma apeó al Barça de la Champions; que el esfuerzo, la solidaridad, la suerte, tienen su lugar en el juego.

Y, cómo no, partamos de que el amor por nuestros colores es algo que aprendimos en nuestra niñez, en la época en la que nuestra inocencia no había sido aún violada por los mayores de nuestra especie, un tiempo en el que todavía creíamos en un mundo de amor entre los seres humanos y de quimeras; y que precisamente por eso, por ese regreso a nuestra niñez que significa el fútbol para quienes llevamos un escudo grabado en aurículas y ventrículos, fantaseamos con victorias épicas, con los héroes que colmaron de vida aquellos tiempos. ¿Hay algo más bonito que los sentimientos inocentes que invaden nuestro corazón el día de una final?

Quizás por eso, por todo eso, no existía ningún sevillista medianamente cuerdo que no admitiera que perder era probable, muy probable. Lo que no esperábamos ninguno, o muy pocos, a pesar de haber tenido muestras sobradas a lo largo de esta catastrófica temporada, era de que nos íbamos a sentir avergonzados de que esos jugadores, ese entrenador, nos representaran. No es que carecieran de dignidad, es que nos la han quitado a los únicos que podemos tenerla, porque solo el amor la hace posible.

Los jugadores han pagado el pato porque el dinero, ya lo ha dicho por activa y por pasiva el hasta ahora presidente, está en el campo. Pero quizás los jugadores sean los menos culpables de todo lo que ha ocurrido. Un poco menos, que tampoco crean que los voy a salvar. Porque ellos podrían haber metido el pie y no lo hicieron, porque siguen sin saber que para ser grandes no solo hay que tener el acierto de Luis Suárez, la clase de Iniesta o la magia de Messi, sino que hay que luchar por todos y cada uno de los balones, porque el Barça superó al Sevilla porque tenía más sangre en las venas, porque, por citar un ejemplo sangrante, Jordi Alba, en el minuto 85, con cinco goles de ventaja, luchó por una pelota que salía junto a nuestro córner. Sí, esos tipos cobrarán mucho dinero, pero se lo ganan en cada jugada.

Pero los jugadores no tienen toda la culpa, porque lo del entrenador es algo lamentable. Ha quemado a la plantilla. Al completo. A unos, porque han jugado hasta el hartazgo; a otros, porque los ha echado, los ha aburrido. Las veces que Montella le ha dado la vuelta a una situación se pueden contar con los dedos de esa manita que nos han metido hasta cinco veces (por ahora). Que un equipo que pierde cinco a cero no cambie nada, ni su forma de jugar, ni que otros futbolistas entren para buscar soluciones, son ejemplos palpables de su ineptitud para manejar al equipo. Los jugadores se han comportado, y una gran parte de la responsabilidad la tiene el italiano, como una auténtica banda, luciendo únicamente cuando a ellos les ha interesado para poder escapar de la quema que se avecina en un mes.

Tampoco la culpa es solo de Montella y los jugadores. ¿Qué podemos decir del director deportivo? Pues que ha fichado rematadamente mal, aunque ni siquiera eso sea lo más importante. Monchi se equivocó muchas veces, podemos recordar a muchos jugadores que fueron un verdadero fracaso, pero al menos, les enseñó a morir por un escudo, a hacer lo que hizo Jordi Alba en el minuto 85 con cinco a cero en el marcador. Los equipos de Monchi no se han distinguido por tener muchos canteranos, pero cada futbolista que fichaba sabía a dónde iba. ¿O no? Coke Andújar, Iborra, Martí, Kanouté… ¿seguimos? Aquí lo primero que pedimos no son títulos sino dignidad para defender nuestra camiseta. Quizás no sea lo peor el resultado obtenido sino las excusas que se arguyen ante tamaña incompetencia. Si lamentable fue el verano, aún peores han sido las correcciones de invierno. Da miedo pensar que, al igual que en el caso del entrenador, pueda ser el responsable de revertir la situación.

Y en cuanto al Consejo, qué se puede decir. El Sevilla Fútbol Club es una sociedad anónima, con unos dueños que deben tomar decisiones que no hipotequen la temporada próxima y que permitan reiniciar el ciclo. Una de ellas puede ser poner a la venta sus acciones si no son capaces. Los cambios tienen que darse a todos los niveles y deberá comenzar por ellos mismos. Por cierto, vergonzoso ha sido elegir un autobús de camuflaje para huir de Santa Justa por la puerta lateral.

Esto no se resuelve fichando a tal o cual jugador. No son días para la cosmética sino para la cirugía. Porque lo que ha pasado este año ha sido gordo, muy gordo.

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